MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Después de unos minutos, Germán le hizo una pregunta que cambiaría todo: "¿Qué posibilidad hay de que lleves a este señor hasta Medellín la próxima semana?" Kiko, al principio un poco sorprendido por la solicitud, le respondió con una sonrisa de complicidad, asegurando que no habría problema en llevarme, aunque sabían que la situación con las restricciones era delicada.
"Si usted lo ordena, no hay ningún problema", respondió Kiko, el conductor, con una cierta tranquilidad. "Usted sabe cómo están las cosas con lo de los pasajeros. Pero, si le parece, lo camuflamos en el camarote. Intercambiamos números de teléfono y coordinamos la salida."
Así lo hicimos, y acordamos que el próximo lunes, en la tarde o noche, estaríamos viajando. Nos despedimos y, con el hombre que había hecho el ofrecimiento de acercarme al pueblo, me dirigí a la droguería para informar a Isabelita y a las personas que se encontraban allí sobre mi próximo viaje.
Todos, sorprendidos, pensaban que el ofrecimiento de Germán había sido simplemente para salir del paso, ya que las condiciones no eran las mejores, y con la pandemia en pleno auge, muchos dudaban que se atrevieran a arriesgarse a romper las restricciones de la cuarentena, que según las autoridades, terminarían el 13 de abril.
Desde allí, llamé a Claquial para informarle del viaje. Su euforia fue palpable; desde ese momento, todas nuestras conversaciones giraron en torno a cómo sería ese encuentro tan esperado y lo que nos depararía el futuro. Las semanas de incertidumbre, de conversaciones largas y emocionadas, se estaban transformando en una realidad.
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El domingo, me contacté nuevamente con "Kiko", quien me confirmó que el lunes saldríamos a eso de las siete de la noche, como habíamos planeado. Mientras tanto, mi anfitrión, preocupado, comenzaba a dudar. Le rondaba la incertidumbre de qué pasaría si no había buena química con Claquial, si las cosas no salían como esperábamos. A pesar de sus temores, yo alisté rápidamente una maleta pequeña y un maletín de mano con ropa suficiente para pasar allí unas cuantas semanas, ya que se preveía que la pandemia duraría mucho más de lo esperado.
Finalmente, el lunes 6 de abril, a las siete de la noche, partimos. La primera sorpresa fue que justo acababan de inaugurar un nuevo túnel que recortaba considerablemente el camino entre el eje cafetero y Medellín. El conductor, sonriente, me comentó que estaríamos llegando a la Mayorista a eso de la una de la mañana.
Inmediatamente, le avisé a Claquial. Al escuchar la hora de llegada, su preocupación creció. No se atrevía a salir a recogerme a esas horas tan tardías, temiendo la inseguridad y las complicaciones de la noche.
Durante el viaje, la carretera parecía estar exclusivamente ocupada por tractomulas, doble troques, camiones y turbos. No encontramos ni un solo bus ni vehículos particulares. Esta situación, aunque atípica, favoreció el desplazamiento, ya que la ausencia de tráfico particular hizo que el viaje fuera mucho más rápido. Aproveché para llamar a Eduardo, mi hermano, para contarle lo sucedido.
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Él, incrédulo y preocupado, no podía creer que me hubiera arriesgado a viajar bajo esas circunstancias. Me comentó que todo estaba paralizado y que, en el peor de los casos, si la señora no me recibía o me echaba después de unos días, él no podría ayudarme debido a las circunstancias que estábamos viviendo. Además, me recordó que en la entrada a Medellín había controles estrictos y que no permitían el acceso, bajo la amenaza de permanecer en aislamiento por un tiempo. Sin embargo, para mi sorpresa, nada de esto ocurrió. Pasamos todos los controles sin el más mínimo inconveniente, como si la situación no me afectara en absoluto. Fue como si me hubiese vuelto invisible para las autoridades.
Finalmente, llegamos a la Mayorista a las doce y media de la noche. Inmediatamente, me comuniqué con Claquial, quien me pasó varios números de empresas de taxi. Sin embargo, ninguna de ellas respondió. El tiempo pasó y, dado que no tenía otra opción, tuve que esperar pacientemente a que algún taxi apareciera.
Hacia las tres de la mañana, finalmente, uno llegó. El conductor me llevó a casa de Claquial, y el recibimiento que me ofreció fue más que cordial, casi como si todo hubiera sido diseñado para ser memorable. Fue un momento maravilloso, por no decir que inolvidable, pero lo que ocurrió a continuación aún me dejó perplejo.
Mientras conversaba con mi anfitriona, quien estaba tan feliz como yo de nuestro reencuentro, recibí un mensaje de texto de Bancolombia. Eran las 4:43 am, y el mensaje indicaba que acababan de depositar en mi cuenta la suma de 160.000 pesos.
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En ese momento, no pude evitar sentir que algo mucho más grande que una simple coincidencia estaba ocurriendo. El hecho de que esa cantidad exacta llegara a mi cuenta en ese preciso instante, justo cuando más lo necesitaba, me pareció un claro signo de intervención divina. No tenía ninguna explicación lógica para ello, pero no podía dejar de pensar en el impacto de ese gesto en ese momento tan crucial de mi vida.
En la mañana, retiré el dinero y llamé al presidente del consejo en Belalcázar para preguntarle si habían iniciado el pago de la cuota del adulto mayor. Me comentó que aún no se había comenzado a pagar, pues seguía haciendo fila para ingresarme al sistema. Unas semanas después, el gobierno nacional anunció que otorgaría un auxilio llamado "Ingreso Solidario", que comenzó a ser entregado el 22 de abril de 2020. Recibí dicho auxilio de manera puntual durante casi tres años, un aporte que, sin duda, ayudó a solventar en algo mi estadía en esta ciudad. Es importante señalar que generalmente nadie recibe un depósito bancario tan temprano en la madrugada, viniendo de un organismo de estado, aún conservo el mensaje como prueba de un hecho que muchos considerarían una casualidad difícil de explicar. Y lo más sorprendente es que este depósito se realizó dos semanas antes de que se iniciara oficialmente el programa de Ingreso Solidario.
El ocho de abril, fecha en la que celebramos el cumpleaños de Claquial, decidimos conmemorar el día de manera íntima, solo los dos, ya que nadie se atrevía a salir de sus casas.
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Las autoridades, que habían anunciado comparendos para quienes incumplieran las normas de aislamiento, mantenían una vigilancia estricta. Sin embargo, nosotros no dejamos de salir, incluso sin tapabocas, sin que en ningún momento las autoridades nos detuvieran o nos increparan. Algunos transeúntes ocasionales nos miraban con desconfianza, llamándonos irresponsables por no llevar el tapabocas, pero nosotros, con una actitud tranquila y firme, no prestábamos atención a esos comentarios.
Cuando se implementó el pico y cédula para ingresar a los centros comerciales, la cédula de Claquial termina en 5 y la mía en 4. De acuerdo con la normativa, solo uno de los dos podría ingresar en cualquier momento. Claquial, muy astuta, explicó a los encargados de la entrada que yo sufría mareos y que podía caerme, por lo que necesitaba su ayuda. Al día siguiente, la situación era invertida, y con la misma astucia, Claquial consiguió que me dejara ingresar, permitiéndole a ella entrar. Esta pequeña estrategia de persuasión fue muy efectiva durante todo el tiempo que duró el confinamiento.
Una vez, mientras transitábamos por la calle, nos encontramos con un agente de policía muy joven, de baja estatura y muy delgado, quien nos pidió la cédula.
Sin inmutarse, Claquial le respondió con una sonrisa irónica: "¿No le da pena pedirme la cédula a mí, que soy una anciana? Yo debería ser la que le pida la cédula a usted, porque dudo que usted sea mayor de edad". Las personas cercanas no pudieron evitar reírse ante su respuesta, y ante la risa generalizada, el agente desistió de su propósito, sin decir una palabra más.
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Aprovecho este momento para expresar mi más profundo agradecimiento, en primer lugar, al Ser Supremo y, seguidamente, a CLAQUIAL, quien desempeñó un papel fundamental no solo en la confección de estas "memorias", sino también en la creación de los sitios web dedicados a la difusión de los cinco libros que presenté en las páginas anteriores, libros que no deben ser perdidos bajo ningún concepto. Gracias a su apoyo y generosidad, en tiempo récord logramos que estos sitios vieran la luz. Estoy seguro de que Dios le recompensará abundantemente, colmándola de paz interior, salud física y mental al igual que recursos por siempre y para siempre.
Retomando los últimos párrafos de "Mis últimos 50 años", debo decir que para nosotros el miedo fue, sin duda, el más fiel compañero de la llamada pandemia. Nos aferramos a la bendición "urbi et orbi" que el Papa Francisco celebró el 27 de marzo de 2020, durante la cual repitió en cinco ocasiones: (Minuto 2:50 - 5:55 - 7:15 - 10:55 - 15:20) "¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?". A continuación les dejo el link de Youtube para que lo constaten : https://youtu.be/FprLRh1-J8c?si=bWMS9N81tB5P4wk2 En esos días, la mayoría de la población parecía haber olvidado cosas básicas que inicialmente se dijeron sobre el virus, como, por ejemplo, que el 80% de la población no experimentaría mayores efectos, incluso muchos serían portadores asintomáticos, un 15% sentirían ardor de garganta y algo de fiebre, y solo el 5% necesitarían hospitalización. Curiosamente, el 80% de la población mundial tiene sangre tipo O, el 15% tipo AB y B, y solo el 5% tipo A.
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Por otro lado, la OMS había declarado previamente que, para considerar un brote como pandemia, se debía dar una tasa de mortalidad de al menos el 1% de la población. Sin embargo, en este caso, la tasa de mortalidad apenas alcanzó el 0.2%. Haciendo una comparación, de acuerdo con estos datos, deberían haber muerto el equivalente a la población de Colombia y Venezuela juntas. Sin embargo, la cifra final de fallecimientos se redujo a lo que equivaldría a la población de Medellín y su área metropolitana. Este contraste resalta las preguntas y las incongruencias que muchas veces quedaban al margen, mientras la incertidumbre reinaba en la sociedad.
Termino estos "Mis últimos 50 años" dándole la razón al gobierno de Venezuela, cuando en una ocasión, la vicepresidenta anunció: "Buenos días. De acuerdo a lo que decretó el presidente, corresponde a la semana libre, el virus será pausado a partir de mañana hasta el domingo, o sea que están libres pueden salir a la calle, no van a tener problemas de contagio, ni nada porque ellos firmaron convenio con ese virus" https://youtube.com/shorts/u5jlR4q2HzI?si=KfyTKr2PIBNYItwu
Nuevamente, el domingo siguiente, habría que usar tapabocas y seguir todas las demás medidas. Esta situación me recordó mucho lo que sucedió a nivel mundial, cuando, al no poder mantener el ritmo de vacunación, de repente, el virus "desapareció" y todo volvió a la "normalidad". Ahora el uso del tapabocas es opcional, y el carnet de vacunación, que en su momento fue obligatorio, ha quedado en desuso total.
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A pesar de esto, siempre hay alguien, miedoso, que aún está pendiente de aplicarse una nueva dosis. Pero, recordemos siempre que el miedo es nuestro peor enemigo.
Quiero concluir con dos afirmaciones que debemos tomar como fundamento en nuestras vidas: somos eternos y todo es perfecto, exacto y automático. Cuando logremos entender y asimilar estas verdades, habremos avanzado enormemente en nuestro corto paso por este planeta.
No puedo dejar de recordar la frase que el Papa Francisco repitió cinco veces durante su bendición "urbi et orbi" del 27 de marzo de 2020, una frase que fue fundamental en medio de lo que muchos mal llamaron "pandemia". Otros más acertadamente la han denominado "plandemia", porque realmente, eso fue. La frase inolvidable:
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?"
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