MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
En las tardes, Doña Isabelita me relevaba durante unas dos horas, tiempo que aprovechaba para descansar y tomar una siesta, regresando para continuar atendiendo hasta el cierre.
Al principio, fue un poco complicado familiarizarme con la atención de la droguería. Me costaba recordar los nombres de los productos, los laboratorios a los que pertenecían y su ubicación en las vitrinas o estantes. Cada vez que no encontraba un producto, llamaba a Doña Isabelita, y ella, si lo tenía disponible, me guiaba hasta él. En otras ocasiones, cuando algún cliente solicitaba un consejo sobre cómo aliviar alguna dolencia, me comunicaba con ella a través del teléfono, y con su orientación, podía despachar el medicamento con éxito.
Es importante señalar que, durante ese tiempo, la Secretaría Departamental de Salud realizaba visitas de control sorpresivas a las droguerías de la región, generalmente dos veces al año. Durante los dos años en los que trabajé allí, no contaba con los documentos que me acreditaran como regente de farmacia o algo similar.
Ante esta situación, recurrí a la ayuda de mi ser superior, pidiendo que me orientara para poder cumplir con mi trabajo sin comprometer el funcionamiento del negocio. Curiosamente, durante esos dos años, la Secretaría no visitó las droguerías de Belalcázar. Solo un mes después de haber dejado el pueblo, se decretó lo que muchos denominan la "plandemia", una situación en la que, por razones obvias, las autoridades exigieron que los negocios estuvieran al 100% con documentación, uniformes y medidas de bioseguridad como el tapabocas. Una vez más, los seres superiores intervinieron de manera significativa a mi favor.
371
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
En cuanto a la comunicación con la señora de Envigado, esta continuó de manera esporádica, pero los saludos diarios siempre estuvieron presentes. A finales de abril de ese año, ella se puso en contacto conmigo para preguntarme si podría asistir a una entrevista de trabajo el próximo sábado en Medellín. Además, me consultó sobre dónde podría hospedarme. Le respondí que sí, que iría sin falta, y que me hospedaría en Copacabana, aunque eso resultaría algo distante para la entrevista. Le ofrecí otra alternativa: hospedarse en un hotel en el centro, en el que me había quedado cuando llegué de Cartagena. Sin embargo, esta opción tampoco era particularmente conveniente.
De inmediato, la señora de Envigado me envió la confirmación de la reservación en un hotel del Poblado, por lo que debía viajar el viernes para asistir a la entrevista de trabajo el sábado en la mañana.
Me pareció extraño que para una entrevista de este tipo hubiera tantas atenciones, pero comencé a preparar el viaje. Le comenté la situación a Doña Isabelita, y el viernes por la mañana me dirigí a Medellín, llegando alrededor de las tres de la tarde. Tomé el metro en La Estrella hasta El Poblado, y el hotel estaba ubicado a tan solo dos cuadras de la estación.
Al llegar, mi sorpresa fue mayúscula: en la recepción del hotel estaba la señora de Envigado, esperándome, muy amable y sonriente. Me instaló en la habitación 302, y al terminar me dijo lo siguiente: "El hotel está pagado hasta mañana al mediodía, así que no te preocupes si las cosas no van bien con la entrevista".
372
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Yo, algo confundido, le pregunté si la entrevista no era al día siguiente en la mañana. Ella me respondió: "No, la entrevista es ahora, y conmigo". Me invitó a tomar asiento, y en ese momento comenzó la entrevista.
—Cuéntame, ¿te gusto como mujer? —me preguntó.—Claro que sí, le respondí, sorprendiéndome un poco por la pregunta directa.—Entonces, ¿por qué desde que nos conocimos no me has dicho nada al respecto?
—Porque intentar contigo sería como querer adquirir un Mercedes de último modelo cuando ni siquiera tengo lo suficiente para comprar un viejo Renault 4, le respondí.—¿Entonces la cuestión es de dinero? —me preguntó.—Claro que sí, le respondí, y ¿estarías dispuesto a trasladarte a Medellín de forma permanente?—De inmediato, cuando tú lo ordenes.
La demora sería recoger mis pocas pertenencias y viajar, le respondí sin pensarlo.
Acto seguido, procedimos a darnos un abrazo largo, y ese abrazo se transformó en un cálido y tierno beso, preludio de nuestro primer encuentro íntimo, que resultó ser muy placentero para ambos. Fue una excelente señal, una que nos dejó una sensación de felicidad indescriptible. Después de este encuentro, salimos del hotel y caminamos por los alrededores tomados de la mano, como dos adolescentes, disfrutando de la compañía del otro. A medida que avanzaba la noche, regresamos al hotel para culminar nuestra primera noche juntos, que pasó volando, como un sueño. Lo importante era que amanecimos rebosantes de felicidad y satisfacción.
373
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Nos levantamos tarde, casi empalmando con nuestra segunda noche juntos. La conexión fue tan profunda y especial que parecía que nos conociéramos de toda la vida. No queríamos que el tiempo se nos escapara, pero desafortunadamente, el reloj no se detiene. El domingo, alrededor del mediodía, recibí una llamada de Don Mario, quien me pidió que me trasladara a Agua de Dios, ya que posiblemente me necesitaría para manejar una planta de agua. Así que, a las siete de la noche, la señora me acompañó al terminal del norte, donde tomé un bus hacia Girardot, y desde allí, en la mañana siguiente, tomaría otro transporte hacia Agua de Dios.
Don Mario apareció al día siguiente. Juntos visitamos la planta, que aún estaba en construcción y con muchos de sus procesos por probar. Como estaba incompleta se decidió hacerle una serie de ajustes y cuando estuviera lista me informarian. Esa misma tarde, aprovechando el día festivo, tomé transporte hacia Girardot y luego hacia Pereira, para regresar a Belalcázar al día siguiente por la mañana.
En julio de ese año, sucedieron dos situaciones relacionadas. Aicardo me comentó que a su hija le habían dado un puesto en la UMATA, y que viviría en el taller por lo que yo debía buscar un lugar en donde vivir. Empecé la búsqueda y pronto encontré un pequeño inquilinato, con una habitación bastante modesta. El baño era compartido, lo cual no me convencía mucho. Le envié fotos del lugar a la señora de Envigado, y ella, de inmediato, me respondió: "Mi amor, búscate un apartamentico, que yo te lo subsidio. Ese sitio está horrible, no te imagino viviendo allí".
374
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Casualmente, pasé por donde Luz Marina y le comenté la situación. Sorprendentemente, me sugirió que tomara el apartamento, ya que acababan de notificarle que una psicóloga había sido nombrada en propiedad y ella entregaría el apartamento para trasladarse a Manizales. No comenté nada más al respecto, pero decidí rechazar la propuesta. El apartamento era un poco costoso y, aunque la señora de Envigado tenía una excelente voluntad para ayudarme, no me parecía justo cargarle ese gasto, pues poco la conocía y no quería abusar de su generosidad.
Salí de allí y le prometí a Luz Marina que al día siguiente iría a ayudarla con el trasteo, lo cual efectivamente hice. Cuando Luz Marina regresó de sus vacaciones, no mencionó nada sobre ofrecerme su apartamento.
Una tarde, mientras tomábamos tinto, le hice una insinuación al respecto, y ella se limitó a decir que "así estábamos bien". Le recordé que, si no me mudaba pronto, correría el riesgo de perder el empleo, pero ella trató de restarle importancia al asunto y todo quedó allí. Nunca más volvimos a tocar el tema, pero con el tiempo, me dio la razón en silencio.
Cuando regresaba nuevamente a la droguería, me crucé con Don Jorge Valencia, el dueño de uno de los hoteles del pueblo. Le saludé y le pregunté si, por casualidad, tenía una habitación disponible en su hotel para arrendarla por meses, y cuál sería el canon de arrendamiento. Me respondió que precisamente acababan de entregar la única habitación con entrada independiente, y que el alquiler sería de 250 mil pesos.
375
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Decidí ir a verla, grabé un video y se lo envié a la señora de Envigado, comentándole que el costo sería de 200 mil pesos, ya que le había pedido a Doña Isabelita que me colaborara con los 50 mil restantes, lo cual aceptó sin reparos.
Sin embargo, la señora de Envigado me advirtió que no podía ser solo 200 mil, especialmente cuando la habitación del inquilinato costaba 100 mil, y esta nueva opción era infinitamente mejor. Le expliqué que el costo real era de 250 mil, pero que había hablado con Doña Isabelita, quien me ayudaría con los 50 mil restantes. Ante esta situación, la señora no dudó en transferirme 300 mil pesos, con la indicación de que me cambiara lo antes posible.
A partir de ese momento, de manera constante, recibía esa suma cada mes, a veces incluso con un extra para cubrir cualquier imprevisto. Ese viernes 14 de julio, ayudé a Luz Marina a empacar, ya que se dirigía a Manizales, y el domingo siguiente me trasladé a mi nuevo alojamiento en el hotel.
Sobra decir que la comunicación con la señora de Envigado, a partir de ese momento, fue fluida, constante y profundamente emotiva. Los recuerdos compartidos en nuestras mentes se convirtieron en el alimento fundamental de nuestra relación, y ambos permanecíamos expectantes, esperando con ansias el momento de nuestro próximo encuentro.
La señora de Envigado tiene tres hijos, quienes se desempeñan como ejecutivos en diferentes empresas. Fue a ellos a quienes, en un momento, les comentó sobre nuestra relación, y en ese preciso instante cometió su mayor error, el que, con el tiempo, obstaculizó lo que estábamos construyendo.
376
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Para su sorpresa, la droguería no solo era una propiedad de Doña Isabelita, sino que, en realidad, el negocio, junto con su casa, finca y carro, eran míos.
Ella nunca imaginó que sus hijos investigarían sobre este asunto, y como bien dice una ley espiritual, "entre el cielo y la tierra no hay nada oculto". Durante varios meses, los hijos de la señora de Envigado comenzaron a notar que su entusiasmo y motivación eran inquebrantables. Hablábamos constantemente, y el ánimo no solo se mantenía, sino que cada día crecía más, algo que ellos percibieron con claridad.
Fue entonces cuando, decididos a descubrir la verdad detrás de sus palabras, los hijos le organizaron un viaje sorpresa a Belalcázar. Su objetivo era verificar si lo que ella les había dicho sobre mí y mis propiedades era cierto. La señora me mantuvo al tanto de los detalles del viaje, y ese día, me pidió que consiguiera un automóvil para recogerla en el aeropuerto hacia las dos de la tarde.
Sin perder tiempo, me contacté con un amigo que tenía un auto en excelente estado y nos dirigimos a Pereira para esperarla.
Todo salió a pedir de boca. Al regresar, cerca de las cinco de la tarde, nos dirigimos al apartamento, donde descansó un rato. Ya en la noche, salimos para la invitación que ella había extendido a mis amigos de Belalcázar. Disfrutamos de una cena deliciosa, y más tarde, nos refugiamos en la habitación del hotel, donde iniciamos una nueva luna de miel, tan espectacular, o incluso mejor, que las anteriores.
A la mañana siguiente, muy temprano, después de un desayuno ligero, partimos rumbo a Pereira. Nos alojamos en un hotel céntrico, donde pasamos el día.
377
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Sin embargo, en la tarde, recibió una llamada urgente en la que le solicitaban que se presentara al día siguiente en la mañana en Medellín. Así que, al amanecer, partimos hacia el aeropuerto. Nos despedimos con cariño, y yo regresé al hotel. Después del mediodía, emprendí el viaje de regreso a Belalcázar para retomar la rutina diaria, siempre esperando con ansias el próximo encuentro, que no tardó mucho en llegar.
Tras el viaje a Belalcázar, los hijos de la señora de Envigado, después de recibir un informe positivo sobre nuestra visita, le comentaron la posibilidad de conocerme en persona. Ella les respondió que yo también tenía esa misma inquietud, pero que debía coordinarse de acuerdo a sus agendas. Entonces, programaron el encuentro para el último sábado de septiembre.
Ella me informó sobre la fecha y me sugirió que viajara desde el lunes de esa semana para prepararme adecuadamente para el encuentro. Siguiendo su sugerencia, me trasladé a Medellín el lunes muy temprano y pasé toda la semana con ella, afinando detalles para el encuentro tan esperado.
Ya muy bien preparado para el encuentro, ese día la hija de la señora de Envigado vino a recogernos. Nos encontramos con sus hermanos y el resto de la familia en un exclusivo restaurante de Envigado, un lugar con un ambiente cálido y sofisticado que aportó al momento especial que estábamos viviendo. Allí compartimos una velada maravillosa, acompañada de una excelente comida, en un ambiente relajado y cordial. La conversación fluyó de manera amena, y poco a poco, se fueron disipando las últimas reservas que pudiera haber, tanto de mi parte como de la suya.
378
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Todo salió tal como se había planeado, y al final de la noche, regresamos a casa, no sin antes recibir el aval de sus hijos, quienes nos animaron a no escatimar esfuerzos en ser felices. Sus palabras fueron un respaldo invaluable, un verdadero acto de bendición, que nos dio aún más fuerza para continuar adelante con nuestra relación.
Fue un momento de gran satisfacción para ambos, pues ahora contábamos con el respaldo total de su familia, algo que para mí era fundamental, ya que siempre creí que, en una relación, el apoyo de los seres queridos es esencial para su prosperidad. La despedida, sin embargo, fue más difícil de lo esperado. Aunque la esperanza de volvernos a ver en aproximadamente un mes me dio consuelo, no pude evitar sentir una mezcla de emociones encontradas. Con el corazón lleno de buenos recuerdos y la mente enfocada en el futuro, viajé al día siguiente, con la promesa de que pronto nos volveríamos a encontrar.
Sin embargo, a partir de mayo, algo más empezó a preocuparme: comencé a sentir un calambre constante en la pierna derecha, que se iniciaba en la articulación de la cadera y se extendía hasta el pie. El malestar no era constante, pero sí lo suficientemente fuerte como para llamar mi atención. Decidí ir al médico, quien me mandó a hacer una radiografía, la cual debía realizarme en Viterbo. Afortunadamente, pude conseguir una cita rápidamente, y una vez me hicieron la radiografía, esperé los resultados con algo de ansiedad. Cuando los resultados finalmente llegaron, me sentí desalentado, pues los informes mostraban que la última vértebra de mi columna tenía los extremos laterales considerablemente desgastados, por decirlo de alguna manera, casi como si se hubieran afilado hasta convertirse en una especie de aguja.
379
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
El Dr. Parra, un médico muy respetado y cotizado en la población, fue quien interpretó los resultados y me ofreció lo que consideraba la única opción viable: realizarme una cirugía para reforzar la vértebra afectada. Me explicó que el procedimiento consistiría en reparar la vértebra para evitar que el daño avanzara más, y como parte del proceso, debía ser remitido a Pereira para la intervención. En ese momento, me sentí dividido entre la preocupación y la esperanza. Le dije al médico que estaba convencido de que sucedería un milagro que me permitiría recuperar por completo mi salud. Sin embargo, el Dr. Parra, con su seriedad habitual, me miró fijamente y me respondió con una voz firme:
—Esto no es cuestión de milagros. Necesitamos reforzar o reparar la vértebra; de lo contrario, el desgaste continuará y, en cualquier momento, me vería en la necesidad de desplazarme en silla de ruedas.
Su respuesta, aunque dura, me hizo reflexionar sobre la gravedad de la situación. Aunque mi esperanza seguía viva, entendí que había que tomar medidas para evitar que la condición empeorara. A partir de ese momento, me comprometí a seguir el consejo médico, pero sin perder la fe en que, de alguna manera, todo saldría bien.
Insistí con firmeza que estaba seguro de que me sucedería un milagro, y con el tiempo, fui testigo de cómo mi fe y esperanza comenzaron a ser puestas a prueba. A medida que pasaban los días, el calambre en la pierna derecha se intensificaba, y pronto se extendió también a la pierna izquierda, incapacitándome aún más.
380