MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
—No te preocupes —le dije, con firmeza—. Nada me va a pasar, porque tengo una razón clara para estar aquí: no tengo nada que perder. Y algo en mi interior me asegura que esto es lo que debo hacer.
Fue un alivio para él escuchar mis palabras, aunque no dejaba de mirarme con cierto grado de desconfianza. Decidimos, entonces, salir para Copacabana, un municipio cercano a Medellín, donde ella vivía.
Al llegar a la casa de Doña Flor Angela, fui recibido calurosamente por su familia. Me presentó a sus hijos, dos jóvenes que no podían ocultar su curiosidad ante la presencia de un desconocido en su hogar, y a su cuñada, quien había quedado a su cuidado desde que falleció su hermano. Todos me trataron con respeto y cordialidad, y la cena fue una ocasión para compartir un poco más sobre nuestras vidas, a pesar de la brecha que existía entre nosotros.
Fue en ese momento cuando decidí preguntarle directamente sobre la razón por la que estaba allí, en su casa, bajo esas circunstancias tan inusuales. Ella, con una seriedad que reflejaba su fe, me dio la explicación que tanto había estado esperando. Con voz tranquila, comenzó a contarme lo siguiente:
—Hace ocho días, yo asistí a la iglesia evangélica en la que suelo congregarme. Al final del servicio, dieron una profecía, como es costumbre en nuestra congregación. En esa profecía, me dijeron: "Viene para esta ciudad un hijo muy amado y necesito que lo aloje en su casa y le suministre lo necesario. Va a ser por poco tiempo, y la señal para saber de quién se trata es que él va a decir que viene para esta ciudad y no tiene a dónde llegar. Llegará a donde Dios lo ponga." Me hizo una pausa antes de continuar:
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—El lunes pasado, usted me llamó y me dijo exactamente eso: que venía a esta ciudad sin saber dónde quedarse y que Dios lo había puesto aquí. Yo, como creyente, tomé esto como una señal clara, y por eso lo invité a quedarse en mi casa, porque sentí que debía hacerlo.
Su relato me sorprendió profundamente. No solo porque confirmaba la conexión espiritual que había entre ambos, sino porque de alguna manera, todo parecía encajar con una precisión que me desconcertaba. Doña Flor Angela, guiada por su fe y su devoción, había seguido lo que entendió como una clara indicación divina. El momento y las circunstancias se alineaban de tal forma que solo podía darle las gracias por haber confiado en esa guía.
A partir de ese momento, me sentí agradecido y, al mismo tiempo, consciente de la gran responsabilidad que venía con esa situación. Estaba allí no solo porque había tomado una decisión, sino porque, de alguna manera, el destino me había guiado hasta ese punto. Estaba en una casa llena de amor, fe y generosidad, pero también con el reto de comprender qué significaba esta experiencia para mi vida, qué me esperaba en este nuevo camino.
El día comenzó temprano, como era costumbre, con la decisión de seguir explorando la ciudad. Compré mi tarjeta cívica en el metro, con la intención de familiarizarme con el sistema de transporte de Medellín. El trayecto fue largo, desde el norte hasta el sur y viceversa, un viaje que me permitió observar la ciudad y sus diferentes ritmos. En la estación Industriales, el vagón estaba relativamente vacío, lo que me dio una sensación de calma en medio del bullicio de la ciudad. Fue en ese momento cuando una señora se sentó frente a mí.
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Algo inexplicable, pero poderoso, me impulsó a levantarme de inmediato. Me dirigí hacia ella y, sin pensarlo demasiado, me presenté de manera formal:
—Hola, buenos días. Mi nombre es Carlos campos Colegial. La razón por la que me acerco es porque estoy buscando trabajo y tengo ciertas habilidades que creo podrían ser útiles en algún lugar. ¿Podría ayudarme?
Ella, sorprendida por mi acercamiento, se mostró tranquila y empezó a escribir en un papel. Sin dudar, me entregó su información:
—Este es mi correo y mi número de teléfono. Envíame tu hoja de vida y me pondré en contacto contigo para ver qué se puede hacer.
Agradecí su generosidad y, sin pensarlo, decidí devolverme para Copacabana y poner en marcha la solicitud que me había hecho. Esa misma tarde, preparé mi hoja de vida y envié el correo con la esperanza de que algo surgiera de ese encuentro tan inesperado.
El tiempo pasó, y un par de días después, decidí ir a visitar a mi hermano. Al verlo, no podía evitar notar el asombro en su rostro. En parte, me sentía algo incomprendido, pues él seguía con la idea de que había abandonado Belalcázar sin razón aparente, persiguiendo algo que no sabía bien qué era. Según sus palabras, sentía que me había marchado a Medellín por algo que ni yo mismo parecía entender. Sin embargo, algo dentro de mí me decía que debía seguir adelante y confiar en el proceso.
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Unos días más tarde, muy temprano en la mañana, recibí una llamada inesperada. Era una señora que me pedía que fuera a hacer una prueba de manejo en Pilsen, una planta ubicada en Itagüí, un municipio cercano. Aunque el lugar estaba algo retirado, le expliqué que me estaba poniendo en movimiento de inmediato. Sin demora, me preparé para el trayecto, y gracias a que no hubo contratiempos, llegué a la planta alrededor de las diez de la mañana.
Mi turno para hacer la prueba llegó después de los otros dos aspirantes, dos jóvenes de 25 y 30 años. Yo, con más del doble de su edad, me sentía un tanto fuera de lugar, pero no dejé que eso me desbordara. Me senté en el camión Mercedes Benz de 10 toneladas que había sido destinado para la prueba. El camión estaba cargado, lo que lo hacía más complicado de manejar, pero también sentí que esto podía ser una prueba de resistencia para mí.
Cuando el instructor me preguntó si ya había manejado ese tipo de camiones, le respondí que no. Él, observando mi calma, me comentó: "Lo pensé porque es el único de los tres que no ha preguntado por el freno de seguridad". Yo, con total confianza, le respondí que el freno de seguridad siempre está ubicado en la parte baja del tablero, o en algunos casos, en la parte baja derecha del asiento. En ese camión, efectivamente estaba en el lugar que había mencionado. Su mirada cambió, quizás algo sorprendida por mi respuesta, pero no dijo nada más.
Me dio la orden de estacionarme entre dos vehículos y luego, al tomar una pendiente, me indicó que me detuviera y arrancara de nuevo. Sentí que todo salió bien; pude maniobrar el camión sin mayores dificultades.
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Volvimos a la planta y, tras revisar los resultados de la prueba, la señora Carmen me dijo que, a diferencia de los otros dos aspirantes, yo había superado la prueba sin problemas. Uno de los jóvenes, un taxista, había tomado un cruce demasiado rápido, lo que casi causa un accidente, y el otro no había podido arrancar el camión en la pendiente. Yo, en cambio, había manejado todo con precisión, lo cual fue suficiente para que me ofrecieran el puesto de inmediato.
Después de la prueba, pasaron unos minutos que me parecieron eternos, hasta que finalmente la señora Carmen Bermúdez me dio la noticia: había aprobado la prueba y, si me gustaba el trabajo, me ofrecían un contrato a término indefinido. A pesar de la incertidumbre y la presión del momento, me sentí aliviado y, por un instante, agradecido por la oportunidad. Pero aún quedaba una cuestión por resolver: ¿realmente me iba a gustar este trabajo? Habían pasado más de tres años desde que toqué un volante, y mi experiencia en el manejo de camiones no era vasta. Sin embargo, sentía que había algo más grande que me empujaba a seguir adelante.
Así que, de un día para otro, me vi trabajando con ellos. El grupo de trabajo estaba compuesto por el jefe de ruta, que además de encargarse de la facturación y recibir el dinero, tenía la responsabilidad de coordinar toda la logística del transporte. A él se sumaban dos ayudantes y yo, el conductor. Mi primer destino fue el barrio El Picacho, una zona conocida de la ciudad. El trabajo comenzó de inmediato, y aunque al principio todo me parecía nuevo y un poco abrumador, sentí una extraña calma, como si todo estuviera alineado para llevarme a este punto.
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Lo más notable de este trabajo fue la convivencia diaria con un equipo diverso, que, a pesar de la diferencia de edades y experiencias, se acoplaba perfectamente. El jefe de ruta, siempre serio y profesional, me enseñó lo que necesitaba saber sobre las rutas, las entregas y la gestión de pagos, mientras que los ayudantes eran jóvenes, con la energía de los que comienzan, y me enseñaron a manejar los tiempos de carga y descarga. A veces, me sorprendía la rapidez con la que se adaptaban a los cambios, y cómo cada uno tenía una parte clave en el engranaje del trabajo. En medio de todo, yo me encontraba allí, con una oportunidad que muchos a mi edad ni siquiera se atreverían a tomar, pero que, por alguna razón, sentí que era el momento perfecto para embarcarme en algo nuevo.
La experiencia como conductor en Pilsen fue breve pero intensa, y dejó en mí un cúmulo de aprendizajes y reflexiones que marcaron mi percepción del trabajo y de las oportunidades que aparecen, incluso en las circunstancias más inesperadas.
Desde la entrevista, no me habían informado que el conductor también debía ayudar a descargar el camión. En la primera parada, ubicada en la parte alta del barrio El Picacho, el jefe de ruta me preguntó cuántas canastas podía cargar. "Dos o tres", sin tener la menor idea de lo que realmente implicaba. Le pedí llevar dos y atravesaría la calle con ellas. La tarea, que parecía simple, casi me deja sin aliento.
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Al regresar, me miró y comentó con una mezcla de burla y empatía: "Usted no puede ni siquiera con una, pero me cayó bien, así que su tarea será encargarse de cargar los envases vacíos que recojamos aquí".
La dinámica del día continuó con el grupo contratando una camioneta local para llevar el producto a la parte más alta del barrio, donde el camión no podía acceder. Mientras esperábamos un descanso, el jefe de ruta me preguntó cómo me había parecido el trabajo. Le respondí que estaba bien, pero que me inquietaba si siempre tendría que trabajar con el mismo equipo. Me explicó que rara vez se repetían los grupos, las rutas o incluso los camiones. Este comentario me hizo reflexionar: si este equipo había sido indulgente conmigo, era poco probable que otros lo fueran en el futuro.
Ante esa realidad, tomé una decisión. Llamé a la señora Carmen Bermúdez, encargada del proceso de selección, y le informé que no continuaría. Le expliqué que no me sentía capacitado para desempeñar las labores de carga y descarga requeridas. Ella lamentó mi decisión y me ofreció enviar un conductor para recoger el camión, pero le respondí que yo mismo lo llevaría de regreso a la planta, sin importar la hora en que termináramos. Me agradeció el gesto, algo que, según me comentó, no era común, ya que algunos conductores simplemente abandonaban el vehículo una vez entregado el producto.
El trabajo terminó a la una y media de la madrugada, mucho más tarde de lo que había imaginado. Fiel a mi palabra, conduje el camión hasta la planta. Al llegar, el jefe de ruta me agradeció por mi responsabilidad y, para mi sorpresa, me pagó cien mil pesos por el día de trabajo, además de otros sesenta mil pesos para cubrir el costo del taxi desde la planta hasta Copacabana.
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Me despedí del equipo con una mezcla de alivio y gratitud, reconociendo que, aunque el trabajo no era para mí, había sido tratado con respeto y consideración.
En lugar de tomar un taxi directamente a Copacabana, decidí dirigirme a la estación de metro más cercana. Llegué allí cuando todavía estaba cerrada, así que pasé el resto de la noche conversando con el vigilante hasta que abrieron las puertas a las cuatro y treinta de la mañana. Finalmente, regresé a la casa de Doña Flor Ángela, mi benefactora en esta aventura.
Le conté lo sucedido y, como siempre, su respuesta fue llena de fe y optimismo: "No te preocupes, en estos días te llamarán de otra empresa, y estoy segura de que encontrarás algo más adecuado para ti". Sus palabras, aunque simples, me llenaron de ánimo. A pesar de la incertidumbre que envolvía mi situación laboral, sentía que este episodio no había sido en vano. Había demostrado responsabilidad, conocido personas que me trataron con amabilidad, y sobre todo, aprendido a reconocer mis límites sin renunciar al esfuerzo ni a la dignidad.
Días más tarde recibí una llamada del Sistema Masivo de Occidente para notificarme que tenían en su poder mi hoja de vida y me convocaban a una entrevista para el día siguiente. Pero era necesario una constancia que certificara mi experiencia conduciendo vehículos tipo camión o bus, aunque parecía un pequeño obstáculo, terminó convirtiéndose en el detonante para dar un paso más en esta aventura.
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Sin dudarlo, les expliqué la situación: "Hace dos días realicé una prueba en Pilsen para manejar un camión. Todo salió bien, aunque no continué porque el puesto requería ayudar a descargar, y esa parte fue difícil para mí. Sin embargo, la prueba de manejo fue exitosa, y puedo proporcionar el contacto de la señora Carmen Bermúdez, quien supervisó mi desempeño ese día".
El interlocutor se mostró receptivo y tomó nota del número de Doña Carmen. Me pidieron estar pendiente mientras verificaban la información. Horas más tarde, recibí la confirmación de que todo estaba en orden y me citaron para asistir a una prueba de manejo al día siguiente, en las horas de la mañana.
Al llegar al lugar, los nervios eran inevitables, pero una vez más me encomendé a los seres superiores y decidí dar lo mejor de mí. La prueba consistía en maniobrar uno de sus buses por una ruta demarcada con conos, logrando un paso limpio y preciso por los obstáculos, para luego retroceder cuidadosamente hasta el punto de partida inicial.
Cada movimiento debía ser calculado, cada giro ejecutado con precisión. Concentrado y confiado en mis capacidades, completé el recorrido con cero fallas. Los evaluadores se mostraron satisfechos, y al finalizar me informaron que solo faltaba el proceso de exámenes médicos y la firma del contrato para oficializar mi ingreso.
La sensación de alivio y alegría fue indescriptible. Saber que estaba a un paso de obtener un empleo estable en un sistema de transporte tan importante era una recompensa a la fe y la perseverancia que había mantenido hasta ese momento. Me retiré del lugar con la esperanza renovada, dispuesto a esperar la llamada final para completar los trámites necesarios.
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Llamé a Don Mario para pedirle el favor, cuando lo llamaran me referenciara como conductor de camiones y vehículos pesados; por fortuna acababa de terminar la recuperación de una cirugía de corazón y la mía fue la primera llamada que atendía. Don Mario me pidió lo tuviera al tanto, si me llamaban o no.
Iniciando la siguiente semana y ante la falta de llamado por parte de Masivo de Occidente, me comuniqué con Don Mario nuevamente, quien me sugirió viajara a piedras Tolima en donde tiene una base de sus equipos petroleros, allí me le presentara al Ing Juan Carlos Zorro, para hacer por lo menos un turno en un contrato que pronto iniciaba en el Espinal, Tolima.
El viaje a Piedras, Tolima, se convirtió en un nuevo capítulo lleno de incertidumbre, pero también de esperanza. Escuchar su propuesta no solo significaba una nueva oportunidad laboral, sino también el respaldo de alguien que confiaba en mis capacidades, incluso en un contexto diferente al que había estado acostumbrado en los últimos años.
La logística del viaje fue otro desafío. No tenía idea de cómo llegar a Piedras, pero nuevamente, la vida parecía poner las piezas en su lugar. Mi amigo Álvaro Montenegro apareció en el momento oportuno, ofreciéndome las instrucciones precisas para llegar. Su experiencia reciente en la zona resultó ser invaluable: debía dirigirme a la terminal del norte, tomar la flota Rápido Tolima hasta Alvarado y desde allí esperar el transporte que me llevaría a Piedras.
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Con estas indicaciones, al día siguiente preparé mi maleta y emprendí el viaje. Llegué a Alvarado hacia las cinco de la tarde y, siguiendo las indicaciones, me comuniqué con el ingeniero Juan Carlos Zorro. Aunque hacía muchos años que no lo veía, me alegró saber que recordaba aquellos tiempos en los que apenas era un niño. Su entusiasmo al recibir mi llamada me dio la tranquilidad que necesitaba en ese momento.
Después de pasar la noche en un pequeño hotel, la mañana siguiente marcó el inicio de una nueva etapa. Tomé la buseta hacia Piedras, siguiendo cada una de las instrucciones que me habían dado. A las nueve de la mañana, finalmente llegué al campo base, listo para reunirme con el ingeniero y descubrir qué sorpresas me aguardaban en esta nueva aventura.
Era imposible no pensar en cómo cada detalle parecía encajar de manera perfecta, como si una fuerza superior estuviera guiando mis pasos. La mezcla de nervios y emoción me mantenía alerta, consciente de que cada experiencia vivida hasta ese momento había sido una preparación para afrontar lo que estaba por venir.
El inicio de este nuevo capítulo en mi vida fue una mezcla de incertidumbre y gratitud. Tras firmar el contrato por prestación de servicios, el siguiente paso era realizarme los exámenes médicos en Ibagué. Sin saber exactamente a dónde debía ir, la ayuda inesperada de una señora en la buseta fue un claro recordatorio de cómo a veces las pequeñas acciones de otros pueden marcar la diferencia en momentos de incertidumbre.
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Ella, con su hija pequeña, me indicó el camino sin dudarlo, lo que me permitió llegar al centro médico sin complicaciones.
Los exámenes médicos se realizaron sin contratiempos, y regresé rápidamente a Piedras para ultimar los detalles antes de viajar al día siguiente a El Espinal, el destino final donde iba a trabajar. Este viaje fue especialmente significativo porque, aunque muchas cosas aún eran inciertas, ya había dado el primer paso hacia un nuevo trabajo y un nuevo entorno.
El viaje a El Espinal comenzó de madrugada, lo que nos permitió llegar temprano al hotel asignado. Nos dividieron en dos grupos: uno se quedaría en el hotel mientras que el otro se alojaría en el pueblo y sería transportado en buseta a la zona de trabajo. Después de un largo día de inducción, nos informaron que, a partir de ese momento, la empresa Pacific Rubiales cambiaría su nombre a Fronteras Energy, lo que marcaba un nuevo hito en la historia de la compañía.
Esa tarde tuvimos libre, y aunque me sentía agotado por todo el proceso, la tranquilidad de estar ya en el lugar de trabajo me dio una sensación de logro. A pesar de los desafíos y la distancia, sentí que estaba en el camino correcto. Mi determinación y confianza en las oportunidades que la vida me brindaba se fortalecían día a día.
El inicio de las operaciones fue todo un desafío debido a la asignación conflictiva del vehículo, que hizo que la espera fuera más larga de lo esperado. Aunque me encontraba en una situación incómoda, lo tomé con calma, sabiendo que el proceso eventualmente se resolvería. Juan Carlos, el jefe, me aconsejó que esperara pacientemente y que me pusiera el overol cada día, y esperara en la recepción del hotel, para estar listo cuando me llegara la orden para tomar la camioneta.
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Después de tres días, finalmente me entregaron la camioneta, y a partir de allí las operaciones en el pozo comenzaron a ser más rutinarias. Estaba a las órdenes del ingeniero Palma, quien, por cortesía, me pedía que descansara en la camioneta durante las noches, firmando las horas extras nocturnas que correspondían. Esto no solo me permitió descansar, sino también adaptarme a la rutina nocturna, que aunque incomoda, me proporcionaba un sobre cargo en mi salario.
Poco después, hubo un cambio de ingeniero, y la dinámica de trabajo cambió también. El nuevo ingeniero no tenía la misma disposición que Palma y prefería que descansara en el hotel. Esto, de alguna manera, me facilitó las cosas, ya que podía tener un descanso adecuado, pero lo que realmente me sorprendió fue la pregunta del nuevo Ingeniero, cuando en la mañana después de llevarle el desayuno y de regreso al hotel a descansar un rato, me solicitó la planilla de las horas extras para firmarla; ellos se habían puesto de acuerdo para ayudarme con el recargo nocturno, puesto que solo iba a trabajar un turno de 21 días.
Los días pasaron, y el cambio de cuadrilla llegó sin previo aviso. La niña encargada de los turnos me informó que se había olvidado de hacer el relevo, pero ya a esa altura, con el trabajo tan avanzado y con el compromiso que había demostrado, decidieron no realizar el cambio. Continué trabajando hasta la finalización de las operaciones en los pozos "Abanicos" de El Espinal, Tolima.
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Don Mario estuvo de visita el último día de trabajo y después de hablar con el ingeniero se acordó que al finalizar el día saldría con el ingeniero para Bogotá, dejarlo en su vivienda, para luego el lunes recogerle en la madrugada para visitar la nueva área de trabajo en Guaduas.
Al llegar a Bogotá, dejé al ingeniero en su casa y, aunque la ciudad nunca deja de ser agitada, la noche me ofreció un respiro. Sin embargo, lo más importante fue la jornada del lunes, cuando al amanecer ya estábamos rumbo a Guaduas. Allí, la estación de bombeo nos esperaba, y con ella la visita a los diferentes pozos que necesitaban ser sellados. Todo ocurrió con mucha rapidez y al final de la tarde, ya estábamos regresando a Bogotá. A pesar de las largas horas de trabajo, la sensación era la de un ciclo que había llegado a su fin, con las visitas concluidas y la tarea cumplida.
Lo que siguió, en términos administrativos, resultó ser un reto en sí mismo. Regresé a la oficina donde todo había comenzado 36 años atrás. Allí encontré caras conocidas, pero también algunas sorpresas. Había empleados con quienes habíamos trabajado durante más de dos décadas y nunca nos habíamos cruzado de manera personal. Al entregar la camioneta, el proceso de liquidación del contrato se tornó en un enredo burocrático, ya que había trabajado 44 días, de los cuales 38 fueron de turnos de 24 horas, lo que complicaba el cálculo de la liquidación.
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Después de varios días de espera y consultas, hablé nuevamente con Don Mario, quien intervino para agilizar el proceso. Al final, la solución fue darle un giro más flexible a la liquidación, tratándo las horas extras como bonificaciones extras y una combinación de bonos, lo que permitió que finalmente se resolviera.
La sorpresa fue realmente descomunal cuando recibí la llamada para firmar la liquidación. El saldo a pagar ascendía a 6.548.256 pesos, y si le sumábamos una quincena que ya me habían cancelado, junto con los aportes a la pensión, el monto total superaba los diez millones de pesos. Esa misma noche, emprendí mi viaje hacia Pereira y, al día siguiente, muy temprano en la mañana, continué mi trayecto hacia Belalcázar, donde me esperaban aquellos que no creían en las bendiciones que se estaban dando. Cuando les mostré la liquidación, se quedaron en silencio, sin palabras. Una vez más, se cumplía la certeza de que para Dios, todo es posible. En ese momento, reflexioné sobre las diferencias fundamentales entre religión y espiritualismo, dos conceptos que a menudo se confunden, pero que representan realidades profundamente distintas.
* La religión nos llena de sueños de gloria en el paraíso, mientras que el espiritualismo nos invita a vivir la gloria y el paraíso aquí y ahora.
* La religión suele vivir en el pasado o en el futuro, en lo que ya sucedió o en lo que aún está por venir; por el contrario, el espiritualismo se fundamenta en el presente, en la conciencia del aquí y ahora.
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* La religión crea claustros en nuestra memoria, limitando nuestra percepción y nuestras acciones; mientras que el espiritualismo libera nuestra conciencia, abriéndonos a nuevas formas de comprensión y expansión personal.
* La religión nos hace creer en la vida eterna como una promesa distante, mientras que el espiritualismo nos hace conscientes de la Vida Eterna que ya habita en nuestro interior, enseñándonos a vivir con propósito, serenidad y plenitud.
* La religión promete vida después de la muerte, un futuro lejano, mientras que el espiritualismo nos invita a encontrar a Dios en nuestro interior durante toda nuestra vida, transformando nuestra existencia a través de la conexión profunda con lo divino.
En resumen, y para concluir con la reflexión sobre espiritualismo y religión, es importante resaltar lo siguiente: No somos seres humanos que pasan por una experiencia espiritual, sino que somos seres espirituales que atraviesan una experiencia humana. El espiritualismo, en su esencia más pura, se relaciona con la formación de los principios, los valores, los ideales y la consagración de la persona, siempre buscando una íntima comunión con Dios y con el universo. Esta comunión nos lleva a una transformación interna, una evolución que nos permite abrazar nuestro verdadero ser y vivir en armonía con el cosmos.
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Para aprovechar al máximo el rendimiento del dinero obtenido, decidí adquirir un portátil para mi uso personal, y además hice algunas donaciones en efectivo y en especie a personas necesitadas del pueblo. El resto del dinero lo entregué a Doña Isabelita, con el fin de que ella lo utilizara según fuera necesario, y a medida que lo requería, acudía a ella para la solución de cualquier necesidad, evitando que se convirtiera en plata de bolsillo.
En el mes de noviembre de ese año, una fuerte corazonada se apoderó de mí, indicándome que debía viajar a Medellín para adquirir el libro de Urantia. Decidí seguir esa intuición y, a principios de mes, envié un correo al señor Francisco Javier Chaverra Buitrago, quien aparecía como miembro de los lectores de Urantia en Medellín.
Había conocido la existencia de este libro una noche, justo al llegar a Belalcázar, cuando escuchaba una emisora en la que entrevistaban a personajes de diferentes ámbitos. En esa ocasión, entrevistaron a un lector de Urantia, quien ofreció una breve, pero muy completa sinopsis del libro. Se centró especialmente en el tema de la rebelión de Lucifer y Caliastra, ocurrida hace aproximadamente 200.000 años, lo que despertó mi interés de inmediato. Tomé nota de dónde se podía conseguir el libro, pero en ese momento me era imposible adquirirlo.
Ahora, sin embargo, tenía la oportunidad de obtenerlo, y estaba decidido a hacerlo realidad.
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Así fue como el 16 de noviembre tomé la decisión de viajar al día siguiente a Medellín. Para ello, le solicité a Doña Isabelita una suma de dinero para poder emprender el viaje. Ella me lo concedió, pero antes me preguntó si tenía alguna entrevista de trabajo pendiente. Le respondí que no, que solo era una corazonada que me indicaba viajar para conseguir el Libro de Urantia, aunque no sabía exactamente qué más deparaba ese viaje. Fue en ese momento cuando me sorprendió con una propuesta: Jorge Darío le había sugerido que me comentara si sería posible que yo atendiera la droguería, ya que solo permanecía abierta tres horas en la mañana y tres horas en la tarde-noche, y necesitaban ampliar su horario de atención.
Me comentó que no podía pagarme mucho, y yo, muy consciente del movimiento que tenía el negocio, le insinué que, con que me suministrara la alimentación y el lavado de la ropa, me sentiría muy bien remunerado. Así quedamos, para comenzar cuando regresara de Medellín.
Muy temprano, el 17 de noviembre, tomé el transporte hacia Medellín, llegando a Copacabana hacia las ocho de la noche. Doña Flor se había mudado a otra casa, y allí fui recibido, como siempre, en excelentes condiciones. Durante los días siguientes, estuve tras el rastro del señor Chaverra, sin éxito. Solo hasta el 21, él se comunicó por correo electrónico para informarme que tenía el libro en su oficina y que su valor era de 70.000 pesos.
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Al día siguiente, pasé por la oficina de Javier Chaverra en el centro de Medellín. Cuando llegué, me comentó lo que había sucedido con el libro de Urantia. Me explicó que, aunque el libro no se encuentra en librerías, se puede encargar, y que son muy pocas las personas dispuestas a adquirirlo, ya que está disponible en formato PDF y también como aplicación. La semana anterior, él había asistido a un congreso de lectores de Urantia en Cali, y allí, sin razón aparente, compró el libro. Sus compañeros le hicieron notar que no había hecho ningún encargo previo, pero, por alguna razón, lo adquirió y lo tenía en su oficina. Continue el viaje a Sabaneta para despedirme de mis hermanos allí residentes, cuando algo sorprendente sucedió.
Al bajarme en la estación Itagüí, cerca del Centro Comercial Mayorca, un torrencial aguacero se desató en la zona. Como ya me encontraba dentro del centro comercial, decidí pasear y explorar una parte del lugar que era nuevo y no conocía. En una de mis vueltas, al salir de la tienda Éxito, vi un sofá en forma de L. Allí, sentada, se encontraba una señora muy agraciada, delgada, que esbozaba una sonrisa mientras miraba su teléfono móvil. Algo en mi interior me dijo: "Preséntate, ella te puede ayudar." Así lo hice. Me acerqué, extendí mi mano y me presenté.
La señora, visiblemente sorprendida, casi asustada, respondió el saludo y, mientras lo hacía, me explicó el motivo de su sorpresa: "No habían pasado ni veinte minutos desde que mi hija me llamó.
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Ella me contó que la próxima semana la empresa la enviará a Países Bajos, donde permanecerá aproximadamente tres semanas, y se preocupaba que quedará sola. Me sugería inscribirla en una página de contactos, para que pudiera conocer a alguien y, de alguna manera, sus hermanos y ella, tuvieran un recurso más para saber de ella en cualquier momento."
Respondiò con firmeza: "No necesito nada de eso. El día en que Dios me tenga un hombre para mí, él aparecerá justo aquí, donde estoy sentada, se presentará y, lo más importante, me llamará la atención." La hija le replicó en ese momento: "Eso no va a suceder, mamá." Y, al finalizar la llamada, la señora me miró sorprendida. Pocos minutos después, aparecí frente a ella, y la sorpresa fue total.
Excelente manera de romper el hielo. Aprovechamos el tiempo mientras pasaba el aguacero para disfrutar de un buen tinto, durante el cual le comenté, de manera somera, algunas de mis experiencias laborales, incluyendo ciertos conocimientos en exportaciones e importaciones. Fue entonces cuando descubrimos una coincidencia, ya que ella había trabajado durante mucho tiempo en una empresa que se dedicaba precisamente a esas labores. En esa empresa, logró alcanzar su pensión de jubilación, que llevaba disfrutando desde hacía un tiempo. Como ambos estábamos esperando que el aguacero amainara, cuando finalmente cesó, me ofrecí para acompañarla hasta la salida y tomar un taxi hacia su casa en Envigado.
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Antes de despedirnos, le pedí el favor de ayudarme a conseguir un trabajo. Intercambiamos números de teléfono y correos electrónicos, para que pudiera enviarle mi hoja de vida y seguir en contacto. A partir de ahora, la llamaré la señora de Envigado.
Urantia es un libro de 2.165 páginas y está dividido en cuatro partes, las cuales abordan diversos aspectos del cosmos, el espiritualismo y el origen del universo. A continuación, se presenta un resumen de las dos primeras partes:
En esta primera sección, se describe al Padre Universal, al Hijo Eterno, al Espíritu Infinito y a la Trinidad del Paraíso, los cuales son las figuras centrales en la administración del universo. También se aborda la descripción de la Isla del Paraíso, que es el centro de todo el cosmos. Se profundiza en las personalidades más elevadas que administran el universo, tales como los Serafines y otras huestes seráficas, que son los espíritus ministrantes del Universo Central y de los Superuniversos.
Asimismo, se describe el Universo Central de Havona y su relación con los Superuniversos, que son los dominios en los cuales se desarrollan los eventos cósmicos. También se habla del Cuerpo de la Finalidad, una organización encargada de la administración cósmica y de llevar a cabo ciertos objetivos divinos dentro del plan universal. Esta parte describe la formación y creación del Universo Local, el cual está compuesto por múltiples sistemas planetarios y habitados.
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En este contexto, se habla de los Hijos de Dios que gobiernan estos universos locales, así como el Espíritu Madre del Universo Local, que tiene un papel fundamental en la creación y evolución de los mundos habitados.
También se expone la labor de los Portadores de Vida, seres cósmicos que se encargan de implantar la vida en los planetas, y las huestes seráficas que sirven a los universos locales. Se describe la misión de los Adanes y Evas planetarios, seres creados para servir como padres de nuevas razas en los planetas habitados.
Además, se abordan temas como las épocas planetarias y las transformaciones que los mundos sufren a lo largo del tiempo, incluyendo una detallada explicación sobre la rebelión de Lucifer y la Unidad Universal, que fue un evento trascendental para la evolución espiritual de los universos locales y su integración al plan divino.
Esta parte describe la historia de nuestro planeta, Urantia (la Tierra), desde antes de la formación del sistema solar hasta la época de Jesús de Nazaret. A través de un análisis geológico, sociológico y cultural, se traza la evolución del planeta y sus seres habitantes. Se exploran diversos eventos y procesos trascendentales que marcaron el desarrollo de la humanidad en Urantia. Algunos de los títulos destacados de esta sección incluyen:
* El Origen de Urantia: Analiza cómo comenzó la formación del planeta, desde sus primeros momentos hasta su estabilización como un mundo habitable.
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* El Establecimiento de la Vida en Urantia: Expone la llegada de la vida en la Tierra, a través de la intervención de seres cósmicos que plantaron las semillas de la vida en nuestro planeta.
* La Primera Familia Humana: Narra el surgimiento de los primeros seres humanos y cómo se establecieron las primeras estructuras sociales en Urantia.
* Las Razas Evolutivas de Color: Describe la evolución de las diversas razas humanas y sus diferencias culturales, raciales y sociales a lo largo de la historia planetaria.
* El Supercontrol de la Evolución: Un concepto relacionado con las fuerzas divinas que han supervisado y guiado la evolución de los seres humanos, asegurando que el proceso no se desvíe de los planes cósmicos.
* La Rebelión Planetaria: Relata el conflicto que ocurrió en Urantia, conocido como la rebelión de Lucifer, que afectó el equilibrio espiritual del planeta y sus habitantes.
* Las Instituciones Humanas Primitivas: Analiza el desarrollo de las primeras instituciones humanas, como la familia, el gobierno y la religión, y cómo estas estructuras evolucionaron a lo largo de los milenios.
* El Desarrollo del Estado: Explica cómo los seres humanos formaron sociedades más complejas y cómo surgieron las primeras formas de gobierno organizado.
* La Falta de Adán y Eva: Se describe la importante misión de los Adanes y Evas planetarios, cuyo rol fue fundamental para la evolución humana. También se aborda la consecuencia de su fracaso en Urantia.
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* Las Criaturas Intermedias: Seres espirituales que desempeñaron un papel crucial en la evolución de los humanos y en la resolución de las crisis planetarias.
* La Evolución del Matrimonio: El estudio de cómo la institución del matrimonio fue transformándose a lo largo de la historia de Urantia.
* Los Orígenes de la Adoración: Se profundiza en el desarrollo de la religión y los primeros intentos de los seres humanos por adorar a Dios.
* La Evolución del Concepto de Dios entre los Hebreos: Estudia cómo el concepto de Dios evolucionó a lo largo del tiempo en las civilizaciones hebreas.
* La Deidad y la Realidad: Reflexiona sobre la naturaleza divina y la realidad espiritual desde una perspectiva cósmica y universal.
* El Origen y la Naturaleza de los Ajustadores de Pensamiento: Explica el papel de estos seres divinos que ayudan a guiar la mente humana hacia la comprensión de lo divino.
* La Supervivencia de la Personalidad y el Ser Supremo: Trata sobre la naturaleza inmortal de la personalidad humana y la relación con el Ser Supremo, el Dios universal.
Esta sección constituye un relato detallado de la vida de Jesús de Nazaret, abordando tanto los aspectos históricos como espirituales de su existencia, desde su nacimiento hasta su resurrección y el impacto de su enseñanza. Este relato ocupa un tercio del total de páginas del libro, y es interpretado dentro del marco conceptual que proporcionan las tres partes anteriores. Algunos de los títulos destacados incluyen:
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* El Nacimiento y la Infancia de Jesús: Narra los eventos que rodearon el nacimiento de Jesús, así como sus primeros años de vida, en un contexto histórico y espiritual.
* Los Años de la Adolescencia: Relata los años de crecimiento de Jesús, cuando comenzó a desarrollar su conciencia espiritual y su misión divina.
* Los Años de Transición: El período en el cual Jesús pasó de ser un joven a un adulto, y cómo fue preparándose para su futura misión como líder espiritual.
* Juan el Bautista: El papel crucial de Juan el Bautista, quien preparó el camino para la llegada de Jesús, bautizándolo como parte de su proceso espiritual.
* El Bautismo y los Cuarenta Días: Describe el bautismo de Jesús y su retiro espiritual de cuarenta días en el desierto, donde enfrentó las tentaciones del adversario.
* Los Doce Apóstoles: La formación del círculo de discípulos más cercanos a Jesús y el desarrollo de su ministerio.
* El Monte de la Transfiguración: Un evento clave en la vida de Jesús, donde mostró su naturaleza divina ante tres de sus apóstoles.
* La Resurrección de Lázaro: El milagro de Jesús que resucitó a Lázaro de entre los muertos, demostrando su poder sobre la vida y la muerte.
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