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MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS      1971 – 2021     CARLOS CAMPOS COLEGIAL

    En lugar de tomar un taxi directamente a Copacabana, decidí dirigirme a la estación de metro más cercana. Llegué allí cuando todavía estaba cerrada, así que pasé el resto de la noche conversando con el vigilante hasta que abrieron las puertas a las cuatro y treinta de la mañana. Finalmente, regresé a la casa de Doña Flor Ángela, mi benefactora en esta aventura.

     Le conté lo sucedido y, como siempre, su respuesta fue llena de fe y optimismo: "No te preocupes, en estos días te llamarán de otra empresa, y estoy segura de que encontrarás algo más adecuado para ti". Sus palabras, aunque simples, me llenaron de ánimo. A pesar de la incertidumbre que envolvía mi situación laboral, sentía que este episodio no había sido en vano. Había demostrado responsabilidad, conocido personas que me trataron con amabilidad, y sobre todo, aprendido a reconocer mis límites sin renunciar al esfuerzo ni a la dignidad.

    Días más tarde recibí una llamada del Sistema Masivo de Occidente para notificarme que tenían en su poder mi hoja de vida y me convocaban a una entrevista para el día siguiente. Pero era necesario una constancia que certificara mi experiencia conduciendo vehículos tipo camión o bus, aunque parecía un pequeño obstáculo, terminó convirtiéndose en el detonante para dar un paso más en esta aventura.

     Sin dudarlo, les expliqué la situación: "Hace dos días realicé una prueba en Pilsen para manejar un camión. Todo salió bien, aunque no continué porque el puesto requería ayudar a descargar, y esa parte fue difícil para mí. Sin embargo, la prueba de manejo fue exitosa, y puedo proporcionar el contacto de la señora Carmen Bermúdez, quien supervisó mi desempeño ese día".

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    El interlocutor se mostró receptivo y tomó nota del número de Doña Carmen. Me pidieron estar pendiente mientras verificaban la información. Horas más tarde, recibí la confirmación de que todo estaba en orden y me citaron para asistir a una prueba de manejo al día siguiente, en las horas de la mañana.

     Al llegar al lugar, los nervios eran inevitables, pero una vez más me encomendé a los seres superiores y decidí dar lo mejor de mí. La prueba consistía en maniobrar uno de sus buses por una ruta demarcada con conos, logrando un paso limpio y preciso por los obstáculos, para luego retroceder cuidadosamente hasta el punto de partida inicial.

   Cada movimiento debía ser calculado, cada giro ejecutado con precisión. Concentrado y confiado en mis capacidades, completé el recorrido con cero fallas. Los evaluadores se mostraron satisfechos, y al finalizar me informaron que solo faltaba el proceso de exámenes médicos y la firma del contrato para oficializar mi ingreso.

     La sensación de alivio y alegría fue indescriptible. Saber que estaba a un paso de obtener un empleo estable en un sistema de transporte tan importante era una recompensa a la fe y la perseverancia que había mantenido hasta ese momento. Me retiré del lugar con la esperanza renovada, dispuesto a esperar la llamada final para completar los trámites necesarios.

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     Llamé a Don Mario para pedirle el favor, cuando lo llamaran me referenciara como conductor de camiones y vehículos pesados; por fortuna acababa de terminar la recuperación de una cirugía de corazón abierto y la mía fue la primera llamada que atendía. Don Mario me pidió lo tuviera al tanto, si me llamaban o no.

     Iniciando la siguiente semana y ante la falta de llamado por parte de Masivo de Occidente, me comuniqué con Don Mario nuevamente, quien me sugirió viajara a Piedras Tolima en donde tiene una base de sus equipos petroleros, allí me le presentara al Ing Juan Carlos Zorro, para hacer por lo menos un turno en un contrato que pronto iniciaba en El Espinal, Tolima.

     El viaje a Piedras, Tolima, se convirtió en un nuevo capítulo lleno de incertidumbre, pero también de esperanza. Escuchar su propuesta no solo significaba una nueva oportunidad laboral, sino también el respaldo de alguien que confiaba en mis capacidades, incluso en un contexto diferente al que había estado acostumbrado en los últimos años.

     La logística del viaje fue otro desafío. No tenía idea de cómo llegar a Piedras, pero nuevamente, la vida parecía poner las piezas en su lugar. Mi amigo Álvaro Montenegro apareció en el momento oportuno, ofreciéndome las instrucciones precisas para llegar. Su experiencia reciente en la zona resultó ser invaluable: debía dirigirme a la terminal del norte, tomar la flota Rápido Tolima hasta Alvarado y desde allí esperar el transporte que me llevaría a Piedras.

     Con estas indicaciones, al día siguiente preparé mi maleta y emprendí el viaje. Llegué a Alvarado hacia las cinco de la tarde y, siguiendo las indicaciones, me comuniqué con el ingeniero Juan Carlos Zorro. Aunque hacía muchos años que no lo veía, me alegró saber que recordaba aquellos tiempos en los que apenas era un niño. Su entusiasmo al recibir mi llamada me dio la tranquilidad que necesitaba en ese momento.

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     Después de pasar la noche en un pequeño hotel, la mañana siguiente marcó el inicio de una nueva etapa. Tomé la buseta hacia Piedras, siguiendo cada una de las instrucciones que me habían dado. A las nueve de la mañana, finalmente llegué al campo base, listo para reunirme con el ingeniero y descubrir qué sorpresas me aguardaban en esta nueva aventura.

     Era imposible no pensar en cómo cada detalle parecía encajar de manera perfecta, como si una fuerza superior estuviera guiando mis pasos. La mezcla de nervios y emoción me mantenía alerta, consciente de que cada experiencia vivida hasta ese momento había sido una preparación para afrontar lo que estaba por venir.

     El inicio de este nuevo capítulo en mi vida fue una mezcla de incertidumbre y gratitud. Tras firmar el contrato por prestación de servicios, el siguiente paso era realizarme los exámenes médicos en Ibagué. Sin saber exactamente a dónde debía ir, la ayuda inesperada de una señora en la buseta fue un claro recordatorio de cómo a veces las pequeñas acciones de otros pueden marcar la diferencia en momentos de incertidumbre.

     Ella, con su hija pequeña, me indicó el camino sin dudarlo, lo que me permitió llegar al centro médico sin complicaciones.

     Los exámenes médicos se realizaron sin contratiempos, y regresé rápidamente a Piedras para ultimar los detalles antes de viajar al día siguiente a El Espinal, el destino final donde iba a trabajar. Este viaje fue especialmente significativo porque, aunque muchas cosas aún eran inciertas, ya había dado el primer paso hacia un nuevo trabajo y un nuevo entorno.

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     El viaje a El Espinal comenzó de madrugada, lo que nos permitió llegar temprano al hotel asignado. Nos dividieron en dos grupos: uno se quedaría en el hotel mientras que el otro se alojaría en el pueblo y sería transportado en buseta a la zona de trabajo. Después de un largo día de inducción, nos informaron que, a partir de ese momento, la empresa Pacific Rubiales cambiaría su nombre a Fronteras Energy, lo que marcaba un nuevo hito en la historia de la compañía.

      Esa tarde tuvimos libre, y aunque me sentía agotado por todo el proceso, la tranquilidad de estar ya en el lugar de trabajo me dio una sensación de logro. A pesar de los desafíos y la distancia, sentí que estaba en el camino correcto. Mi determinación y confianza en las oportunidades que la vida me brindaba se fortalecían día a día.

     El inicio de las operaciones fue todo un desafío debido a la asignación conflictiva del vehículo, que hizo que la espera fuera más larga de lo esperado. Aunque me encontraba en una situación incómoda, lo tomé con calma, sabiendo que el proceso eventualmente se resolvería. Juan Carlos, el jefe, me aconsejó que esperara pacientemente y que me pusiera el overol cada día, y esperara en la recepción del hotel, para estar listo cuando me llegara la orden para tomar la camioneta.

    Después de tres días, finalmente me entregaron la camioneta, y a partir de allí las operaciones en el pozo comenzaron a ser más rutinarias. Estaba a las órdenes del ingeniero Palma, quien, por cortesía, me pedía que descansara en la camioneta durante las noches, firmando las horas extras nocturnas que correspondían. Esto no solo me permitió descansar, sino también adaptarme a la rutina nocturna, que, aunque incomoda, me proporcionaba un sobre cargo en mi salario.

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     Poco después, hubo un cambio de ingeniero, y la dinámica de trabajo cambió también. El nuevo ingeniero no tenía la misma disposición que Palma y prefería que descansara en el hotel. Esto, de alguna manera, me facilitó las cosas, ya que podía tener un descanso adecuado, pero lo que realmente me sorprendió fue la pregunta del nuevo Ingeniero, cuando en la mañana después de llevarle el desayuno y de regreso al hotel a descansar un rato, me solicitó la planilla de las horas extras para firmarla; ellos se habían puesto de acuerdo para ayudarme con el recargo nocturno, puesto que solo iba a trabajar un turno de 21 días.

     Los días pasaron, y el cambio de cuadrilla llegó sin previo aviso. La niña encargada de los turnos me informó que se había olvidado de hacer el relevo, pero ya a esa altura, con el trabajo tan avanzado y con el compromiso que había demostrado, decidieron no realizar el cambio. Continué trabajando hasta la finalización de las operaciones en los pozos "Abanicos" de El Espinal, Tolima.

    Don Mario estuvo de visita el último día de trabajo y después de hablar con el ingeniero se acordó que al finalizar el día saldría con el ingeniero para Bogotá, dejarlo en su vivienda, para luego el lunes recogerle en la madrugada para visitar la nueva área de trabajo en Guaduas Cundinamarca.

    Al llegar a Bogotá, dejé al ingeniero en su casa y, aunque la ciudad nunca deja de ser agitada, la noche me ofreció un respiro. Sin embargo, lo más importante fue la jornada del lunes, cuando al amanecer ya estábamos rumbo a Guaduas.

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      Allí, la estación de bombeo nos esperaba, y con ella la visita a los diferentes pozos que necesitaban ser sellados. Todo ocurrió con mucha rapidez y al final de la tarde, ya estábamos regresando a Bogotá. A pesar de las largas horas de trabajo, la sensación era la de un ciclo que había llegado a su fin, con las visitas concluidas y la tarea cumplida.

      Lo que siguió, en términos administrativos, resultó ser un reto en sí mismo. Regresé a la oficina donde todo había comenzado 36 años atrás. Allí encontré caras conocidas, pero también algunas sorpresas. Había empleados con quienes habíamos trabajado durante más de dos décadas y nunca nos habíamos cruzado de manera personal. Al entregar la camioneta, el proceso de liquidación del contrato se tornó en un enredo burocrático, ya que había trabajado 44 días, de los cuales 38 fueron de turnos de 24 horas, lo que complicaba el cálculo de la liquidación.

      Después de varios días de espera y consultas, hablé nuevamente con Don Mario, quien intervino para agilizar el proceso. Al final, la solución fue darle un giro más flexible a la liquidación, tratando las horas extras como bonificaciones extras y una combinación de bonos, lo que permitió que finalmente se resolviera.

     La sorpresa fue realmente descomunal cuando recibí la llamada para firmar la liquidación. El saldo a pagar ascendía a 6.548.256 pesos, y si le sumábamos una quincena que ya me habían cancelado, junto con los aportes a la pensión, el monto total superaba los diez millones de pesos. 

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     Esa misma noche, emprendí mi viaje hacia Pereira y, al día siguiente, muy temprano en la mañana, continué mi trayecto hacia Belalcázar, donde me esperaban aquellos que no creían en las bendiciones que se estaban dando. Cuando les mostré la liquidación, se quedaron en silencio, sin palabras. Una vez más, se cumplía la certeza de que, para Dios, todo es posible. En ese momento, reflexioné sobre las diferencias fundamentales entre religión y espiritualismo, dos conceptos que a menudo se confunden, pero que representan realidades profundamente distintas.

* La religión nos llena de sueños de gloria en el paraíso, mientras que el espiritualismo nos invita a vivir la gloria y el paraíso aquí y ahora.

* La religión suele vivir en el pasado o en el futuro, en lo que ya sucedió o en lo que aún está por venir; por el contrario, el espiritualismo se fundamenta en el presente, en la conciencia del aquí y ahora.

* La religión crea claustros en nuestra memoria, limitando nuestra percepción y nuestras acciones; mientras que el espiritualismo libera nuestra conciencia, abriéndonos a nuevas formas de comprensión y expansión personal.

* La religión nos hace creer en la vida eterna como una promesa distante, mientras que el espiritualismo nos hace conscientes de la Vida Eterna que ya habita en nuestro interior, enseñándonos a vivir con propósito, serenidad y plenitud.

* La religión promete vida después de la muerte, un futuro lejano, mientras que el espiritualismo nos invita a encontrar a Dios en nuestro interior durante toda nuestra vida, transformando nuestra existencia a través de la conexión profunda con lo divino.

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     En resumen, y para concluir con la reflexión sobre espiritualismo y religión, es importante resaltar lo siguiente: No somos seres humanos que pasan por una experiencia espiritual, sino que somos seres espirituales que atravesamos una experiencia humana. El espiritualismo, en su esencia más pura, se relaciona con la formación de los principios, los valores, los ideales y la consagración de la persona, siempre buscando una íntima comunión con Dios y con el universo. Esta comunión nos lleva a una transformación interna, una evolución que nos permite abrazar nuestro verdadero ser y vivir en armonía con el cosmos.

      Para aprovechar al máximo el rendimiento del dinero obtenido, decidí adquirir un portátil para mi uso personal, y además hice algunas donaciones en efectivo y en especie a personas necesitadas del pueblo. El resto del dinero lo entregué a Doña Isabelita, con el fin de que ella lo utilizara según fuera necesario, y a medida que lo requería, acudía a ella para la solución de cualquier necesidad, evitando que se convirtiera en plata de bolsillo.

     En el mes de noviembre de ese año, una fuerte corazonada se apoderó de mí, indicándome que debía viajar a Medellín para adquirir el libro de Urantia. Decidí seguir esa intuición y, a principios de mes, envié un correo al señor Francisco Javier Chaverra Buitrago, quien aparecía como miembro de los lectores de Urantia en Medellín.

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     Había conocido la existencia de este libro una noche, justo al llegar a Belalcázar, cuando escuchaba una emisora en la que entrevistaban a personajes de diferentes ámbitos. En esa ocasión, entrevistaron a un lector de Urantia, quien ofreció una breve, pero muy completa sinopsis del libro. Se centró especialmente en el tema de la rebelión de Lucifer y Caliastra, ocurrida hace aproximadamente 200.000 años, lo que despertó mi interés de inmediato. Tomé nota de dónde se podía conseguir el libro, pero en ese momento me era imposible adquirirlo.

Ahora, sin embargo, tenía la oportunidad de obtenerlo, y estaba decidido a hacerlo realidad.

     Así fue como el 16 de noviembre tomé la decisión de viajar al día siguiente a Medellín. Para ello, le solicité a Doña Isabelita una suma de dinero para poder emprender el viaje. Ella me lo concedió, pero antes me preguntó si tenía alguna entrevista de trabajo pendiente. Le respondí que no, que solo era una corazonada que me indicaba viajar para conseguir el Libro de Urantia, aunque no sabía exactamente qué más deparaba ese viaje. Fue en ese momento cuando me sorprendió con una propuesta: Jorge Darío le había sugerido que me comentara si sería posible que yo atendiera la droguería, ya que solo permanecía abierta tres horas en la mañana y tres horas en la tarde-noche, y necesitaban ampliar su horario de atención.

      Me comentó que no podía pagarme mucho, y yo, muy consciente del movimiento que tenía el negocio, le insinué que, con que me suministrara la alimentación y el lavado de la ropa, me sentiría muy bien remunerado. Así quedamos, para comenzar cuando regresara de Medellín.

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