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MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS           1971 – 2021           CARLOS CAMPOS COLEGIAL

En ese sentido, ella se convirtió en un referente de lo que realmente significa amar de forma incondicional. Durante el tiempo que estuvo la señora bonita en Medellín, nos manteníamos en contacto a diario, sin falta, y cada conversación era un pequeño consuelo en medio de la distancia.

El jueves 1 de agosto de 2013, recibí una llamada de la señora bonita. Me comentó que llegaría alrededor de las cinco de la tarde y que quería que la esperara en el aeropuerto. No dudé en pedir el día libre a Don Orlando y me dirigí a la cita. La espera fue breve, pero al verla, algo en su mirada y en su gesto me dejó claro que este encuentro significaba más de lo que parecía. Me entregó una tarjeta hermosa que había mandado elaborar en Medellín, un detalle que me conmovió profundamente. Dejamos la maleta en su apartamento y, a partir de ahí, salimos a comer. Durante la cena, me hizo una propuesta que, aunque parecía práctica, me dejó con una sensación de incertidumbre: "¿Qué te parece si llevas tus cosas a mi apartamento?", me dijo. La condición era clara: solo lo indispensable y que cabía en una sección del closet. Acepté la propuesta, aunque sabía que esto podría marcar el principio de algo significativo, pero también definitivo.

Días después, empaqué lo que consideraba esencial: dos maletas grandes y una pequeña. Además, Maureen Luz, de una manera tan generosa como siempre, me ayudó a llevar algunas otras cosas en su carro. Fue la última vez que compartimos un espacio juntos. Nos despedimos de una forma tranquila pero profundamente emocional, y en medio de la despedida, le pedí encarecidamente no fuera a manifestar que yo la había dejado, si no que había sido ella quien tomó esa determinación, que fue lo que realmente sucedió.

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Le pedí que simplemente dijera la verdad, sin omitir ni un solo detalle, y ella estuvo totalmente de acuerdo. Fue una despedida que cargaba una gran carga emocional, pero también una liberación. Nos dimos mutuamente agradecimientos por esos treinta años juntos. En su despedida, me comentó que había sido muy feliz, a su manera, lo cual me conmovió aún más. Nos abrazamos, y en medio de las lágrimas, partió para siempre.

Esa despedida marcó un hito en mi vida, uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria, no solo por lo que representó para nuestra relación, sino por todo lo que significó para mi evolución emocional y espiritual.

La señora bonita me dio la bienvenida a su apartamento, y así comenzó nuestra propia historia de amor. Fue una historia marcada por momentos únicos, tan especiales que de alguna manera ayudaron a comenzar el proceso de duelo por la significativa pérdida de Maureen Luz. No fue fácil, pero en medio de todo, los instantes que compartimos juntos, las conversaciones y los gestos de cariño, me ayudaron a encontrar algo de consuelo.

El 31 de octubre decidí dar un paso importante: renuncié a mi trabajo para dedicarme completamente a la relación con la señora bonita. Estaba decidido a apostar por este nuevo capítulo de mi vida. Incluso comenzamos a pensar en matrimonio para el próximo febrero, y empezó a hacer preparativos para pasar nuestra luna de miel en un destino paradisiaco en el exterior. Todo parecía marchar perfectamente bien, y la idea de compartir mi vida con ella me llenaba de ilusión. Sin embargo, como suele suceder en las historias, la vida tiene sus propios giros inesperados.

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Decidimos que pasaríamos el 31 de diciembre en Medellín, con el objetivo de que su familia me conociera y, al mismo tiempo, informarles sobre nuestro próximo compromiso. Con esa idea en mente, comenzó la preparación de la cena de Año Nuevo en Cartagena, que viajaríamos para llevar con nosotros. Todo estaba planeado con meticulosidad, pero la vida tenía otros planes para nosotros.

El día de nuestro viaje, cuando salimos para recoger las viandas y dirigirnos al aeropuerto, nos encontramos con un monumental trancón. El tráfico era imparable, y la situación nos hizo llegar al aeropuerto a las dos de la tarde, justo cuando nuestro vuelo estaba programado para salir a las 2:10 p.m. Sabíamos que ya era tarde y que las posibilidades de abordar el vuelo eran prácticamente nulas. El mostrador de Avianca ya estaba cerrado, y el ambiente se volvió tenso. Sin embargo, sucedió algo que nunca olvidaré: un funcionario que se encontraba en el mostrador, al verme, me saludó cordialmente y me confundió con alguien más. No sé con quién me confundió, pero, para nuestra sorpresa, nos permitió abordar el vuelo. Llamó a la aeronave y pidió que nos esperaran unos minutos. Nos solicitó la dirección en Medellín para hacernos llegar nuestras maletas en el próximo vuelo. Algo tan inesperado y asombroso ocurrió en ese momento que, de alguna manera, sentí que había una intervención más allá de lo que entendemos como normal.

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Pudimos abordar el vuelo sin ningún otro inconveniente. Llegamos a Medellín y, efectivamente, nuestras maletas llegaron más tarde esa misma noche, entregadas en la casa de una de sus hermanas, donde nos reuniríamos con su familia para despedir el año. La llegada de las maletas y todo lo que sucedió a lo largo de ese día parecía tener una carga de azar, pero también de providencia, como si en algún nivel, todo estuviera predestinado para que esa noche pudiera suceder de la mejor manera posible.

La señora bonita me presentó a su madre, Doña Rafaela, y a sus trece hermanos. Al principio, todo parecía normal, hasta que, al anunciar nuestro próximo matrimonio, el ambiente se tornó visiblemente tenso. La sonrisa de la mayoría de los presentes fue desvaneciéndose poco a poco, y pronto, en privado, varios de sus hermanos le dieron un ultimátum: si decidía continuar la relación conmigo, debía cortar cualquier tipo de comunicación con ellos. Era evidente que la situación económica influía mucho en sus relaciones, y, dado que ella, al tener una mejor posición financiera, subsidiaba a la mayoría de sus hermanos, esto se convirtió en un factor crucial. La presión fue tan grande que solo su madre y una hermana se mostraron completamente a favor de la relación.

El primero de enero, decidimos viajar a Cisneros, un pequeño pueblo donde otro de sus hermanos, que no había asistido a la reunión de Año Nuevo, administraba una finca cerca del casco urbano. Allí pasamos dos días espectaculares, desconectados del ruido de la ciudad. Aprovechamos para disfrutar de la vida campestre, y un momento destacado fue cuando una vaca tuvo cría. Como parte de la experiencia, tomé un litro de leche calostro, algo que, más tarde, descubrí fue sumamente beneficioso para mi salud.

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Durante casi tres años, mi estado físico fue excelente, y con el tiempo, reforcé la dosis para asegurarme de mantenerme en esa óptima condición.

Regresamos a Medellín, y aprovechando que estábamos allí, visité a mi familia. Acordamos con la señora bonita, encontrarnos de nuevo en el aeropuerto tres días después para viajar de vuelta a casa, continuar nuestra relación y enfrentar juntos lo que vendría. El reencuentro en el aeropuerto fue tenso, aunque ambos tratamos de mantener la calma. Durante el vuelo de regreso, la señora bonita no pronunció palabra, lo cual me hizo sentir incómodo. Era evidente que algo estaba cambiando en su interior, pero no sabía exactamente qué era.

Al llegar al apartamento, nos reunimos y, de inmediato, me comunicó lo que había sucedido en su familia. La mayoría de sus hermanos habían dejado claro que no apoyaban nuestra relación y habían tomado decisiones drásticas, incluso pidiéndole que eligiera entre ellos y yo. Parecía que estábamos viviendo una situación digna de una novela adolescente, llena de incertidumbres y decisiones contradictorias.

A lo largo de los días siguientes, pasamos por una montaña rusa emocional. Había momentos en los que compartíamos noches de pasión indescriptible, donde ella me decía que yo era lo más importante para ella y que su familia no debía interponerse en nuestra felicidad. Sin embargo, en cuanto llamaba a su familia y no lograba comunicarse con ellos, sus pensamientos cambiaban por completo. Empezaba a dudar y a considerar que su familia debería ser su prioridad, lo cual me dejaba completamente confundido. Cada día se volvía más difícil saber si nuestra relación prevalecería o si los lazos familiares terminarían por destruir lo que estábamos construyendo.

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Así pasaron los días de enero y gran parte de febrero, hasta que, el miércoles 26 de febrero de 2014, durante un almuerzo en un prestigioso restaurante, le pedí, por favor, que tomara una decisión definitiva al respecto. No podía seguir soportando la constante montaña rusa emocional que vivíamos: todas las noches ella estaba a mi favor, y en las mañanas, todo cambiaba, quedando en mi contra. Tras varios comentarios y conversaciones que se alargaron por un buen rato, finalmente llegó a una conclusión: se quedaba con su familia. Esto significaba que debía abandonar el apartamento que habíamos compartido. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue otro de esos momentos sobrenaturales que solo la mano de Dios puede orquestar.

Al llegar a casa, recibió una llamada de la empresa en Medellín, en la que le solicitaban trasladarse a esa ciudad para asistir a una reunión anual programada para el 7 de marzo. Me pidió que por favor le ayudara a conseguir un vuelo para el 5 de marzo. Le confirmé el pasaje para ese día a las 2:10 de la tarde, con regreso el 21 de marzo a las 5:00 de la tarde. En ese momento, comenté casi de forma casual: "Te vas a cruzar con Maureen Luz en el aeropuerto, porque ella vuela hacia Chile el 21 de marzo por la noche". Era un comentario sin mayores expectativas, pero mientras lo decía, no pude evitar notar cómo todo parecía alinearse de forma extraña y perfecta.

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Con una sonrisa, le mencioné a la señora bonita que para Dios nada es imposible, o mejor dicho, todo le es posible. Le pregunté, un tanto inquieto, qué haría si el destino nos ubicaba en algún lugar distinto durante su estadía en Medellín. Ella me contestó, con una leve duda en su voz, que lo dudaba mucho, pero si sucedía, dejaría las llaves en un lugar determinado y ajustaría la puerta, asegurando que no pasaría nada. La incertidumbre seguía acechando nuestras vidas, pero a la vez, el peso de lo sucedido parecía estar guiándonos por caminos que ya no podíamos controlar.

Estaba revisando mi Facebook cuando, de repente, la señora bonita me pidió que le enseñara cómo subir fotos en esta red social. Ella se acomodó sentándose en mis piernas, y comencé a explicarle paso a paso cómo hacerlo. Mientras tanto, alguien conectado en ese momento me saludó. Al ver quién era, me sorprendí: era Luz Marina, la psicóloga con quien no había tenido contacto en mucho tiempo. Decidí responderle, y rápidamente la conversación se tornó más personal. Me preguntó por Maureen Luz, y le informé que nos habíamos separado. Aproveché para contarle que ella viajaría definitivamente a Chile el próximo 21 de marzo y se radicaría allí. Fue una conversación breve pero significativa, marcada por la sinceridad.

En medio de esta charla, decidí comentarle que desde agosto había comenzado una relación con la señora bonita, aunque, lamentablemente, debía abandonar su casa en los próximos días. Esta noticia pareció sorprender a Luz Marina, y, con una profunda preocupación, me pidió que la llamara al celular.  

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Al hacerlo, la escuché romper en llanto, expresando lo sola que se sentía. Me comentó que la vida la había ubicado en Belalcázar Caldas, donde estaba trabajando desde agosto, había sido una constante lucha contra la soledad. Vivía en un hotel, y aunque su trabajo la mantenía ocupada, las noches y el vacío la sumían cada vez más en la tristeza. Me habló sobre cómo había incrementado el consumo de cigarrillos como una forma de lidiar con la soledad y la incertidumbre que la rodeaba.

La conversación fue profunda, llena de emoción y tristeza. Le respondí que le confirmaría al respecto más tarde, ya que necesitaba pensar en cómo manejar la situación. Pero, de alguna manera, comprendía lo que ella estaba viviendo.

Al hablar con la señora bonita sobre todo lo que había sucedido, le conté acerca de Luz Marina y me pidió que, si era posible, buscara un pasaje en el mismo vuelo para viajar con ella hasta Medellín. Me sugirió que la acompañara, lo que me pareció una buena idea, considerando que la situación con Luz Marina parecía ser más seria de lo que había anticipado. Así que me puse a buscar un pasaje en el mismo vuelo para viajar con la señora bonita. Después de unos minutos, logré conseguirlo, y hasta el puesto junto a ella en el avión estaba vacío, lo que parecía una señal de que todo se estaba alineando de alguna manera.

Con todo confirmado, llamé nuevamente a Luz Marina para contarle que había conseguido un pasaje para viajar hasta Medellín el 5 de marzo a las 2:10 de la tarde. Además, le informé que, tras llegar a Medellín, me había reservado un hotel en la ciudad Álvaro Montenegro, mi buen amigo, para pasar la noche.

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Al día siguiente, partiría hacia Pereira y, finalmente, a Belalcázar. De alguna manera, todo estaba tomando forma, y sentí que este viaje podría ser una oportunidad para cerrar ciclos y enfrentar lo que estaba por venir.

Los días siguientes transcurrieron en una especie de constante luna de miel con la señora bonita. Sin embargo, a pesar de lo que parecía una despedida, ella me aseguró que no sería un adiós definitivo. Según sus palabras, albergaba la esperanza de que, en julio, cuando viajara a Medellín para asistir al evento de Colombiamoda, podríamos retomar nuestra relación. Estas palabras me dieron una sensación extraña, un mix de esperanza y tristeza, ya que no sabía si realmente esa posibilidad sería concreta o solo una ilusión.

El viaje fue un tanto común, pero cargado de sentimientos encontrados, ya que cada despedida me parecía más dolorosa que la anterior, pero al mismo tiempo, la idea de la posible reconciliación me mantenía con algo de optimismo. Nos despedimos en el hotel que mi amigo había reservado en Medellín, pero el adiós no era definitivo, ya que la señora bonita seguía alimentando la esperanza de que nuestras vidas se cruzarían nuevamente en el futuro.

Después de nuestra despedida, me dirigí con mi amigo a Sabaneta, donde tuvimos la oportunidad de visitar a Doña Carmen y a mi hermano. Fue un encuentro breve pero significativo, ya que cada uno tenía su propia perspectiva sobre lo que estaba sucediendo. Al día siguiente, continué el viaje hacia Pereira y luego a Belalcázar, donde finalmente llegué después de ese largo trayecto.

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Salí de Medellín alrededor de las once de la mañana con destino a Pereira. El viaje fue más largo de lo esperado debido a los constantes "pare y siga" por las reparaciones en la carretera, lo que retrasó un poco la llegada. Finalmente, llegué a Pereira alrededor de las cuatro de la tarde. Desde allí, tomé una buseta hacia Belalcázar, un viaje que también fue largo y cansado, pero llegué a mi destino cerca de las seis de la tarde.

Al llegar a la Plaza Córdoba de Belalcázar, Luz Marina me esperaba con una cálida sonrisa. Me sentí aliviado de verla, aunque aún pesaban las dudas y el cúmulo de emociones que se habían ido acumulando durante los últimos días. Nos dirigimos a su alojamiento, el Hotel Belalcázar, donde estaba hospedada. Al llegar, me sorprendió saber que le habían cambiado de habitación. Ahora tenía una habitación con vista a la calle, bastante espaciosa, con tres camas cómodas. La atención del personal del hotel fue muy amable, lo que hizo que la llegada fuera aún más cálida.

A la mañana siguiente, Luz Marina salió temprano para su trabajo, lo que me permitió tener un poco de tiempo para reflexionar sobre lo que había pasado hasta ese momento y sobre todo lo que aún estaba por venir. Aunque todo parecía incierto, estaba consciente de que este viaje sería clave en el proceso de entender y, tal vez, encontrar una respuesta a la disonancia que sentía dentro.

Cuando salí al balcón, una enorme nostalgia se apoderó de mi ser. Fue en ese preciso instante cuando mi mente comenzó a hacer un paralelo entre los lugares que había sido mi hogar: Cartagena, el sitio de donde venía, y este nuevo lugar donde ahora me encontraba.

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Todo parecía tan distante, tan diferente, y aún así, todo tenía una extraña conexión. Ese día, como todos los viernes, Luz Marina viajaba a Manizales a visitar a sus hijas, dejándome solo en el hotel.

En medio de la confusión que sentía, opté por encender el televisor. Para mi sorpresa, el canal mostraba un programa de un predicador argentino llamado Dante Gebel. En ese preciso momento, escuché sus palabras: "No maldigas donde estás, porque por qué estás donde estás es que estás escuchando este mensaje." Sentí como si esas palabras fueran dirigidas directamente a mí, tocando una fibra interna que no sabía cómo explicar. Era como si el universo me estuviera dando una señal.

Al día siguiente, volví a sintonizar el programa, a las dos de la tarde, y nuevamente el mensaje fue impactante. El título era "Quédate Quieto". De repente, todo en mi interior comenzó a tener sentido. Estas dos experiencias, junto con la soledad absoluta del lugar, me hicieron comprender que mi estadía en ese sitio no era casual. Más bien, sentí que todo esto obedecía a un propósito más grande, algo que estaba siendo orquestado por fuerzas superiores, seres que sabían lo que necesitaba y cómo guiarme. En ese momento, me di cuenta de que no estaba equivocado en sentir que todo estaba sucediendo por una razón más profunda.

El 20 de marzo, Luz Marina me invitó a Manizales, ya que tenía una reunión al día siguiente, el 21 de marzo. Esa mañana decidí salir a dar una vuelta por los alrededores y tal vez llegar al centro, que estaba relativamente cerca.

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Caminé por las calles tranquilas, hasta que, al llegar a la altura del cruce hacia la plaza de toros, una camioneta blanca estacionada cerca de mí me llamó la atención. Desde el vehículo me hicieron una señal para que me acercara. Al hacerlo, percibí un aroma extraño y familiar al mismo tiempo, un aroma que, ahora sé, pertenece a los seres intermedios, gracias a lo que aprendí más tarde en el libro de Urantia.

Confiado por esta sensación, decidí aceptar la invitación y abordar el vehículo. El ambiente dentro del auto era armonioso, y sentí una extraña calma. El conductor me llevó a un lugar que no había visto antes, un espacio que parecía un salón gigante de cristal, ubicado cerca del estadio Palo Grande. Era como un mundo aparte, algo que solo se podría describir como un lugar fuera de la realidad tangible. Entramos allí y descubrí que el salón estaba lleno de cientos de espejos colocados de forma meticulosa, dejando poco espacio para caminar. Cada paso que daba parecía estar guiado por algo más grande.

Al final del pasillo, llegamos a una pared blanca adornada por una pantalla grande, que emitía una luz suave. Frente a la pantalla, un escritorio con varias resmas de papel blanco, un portaminas de mina gruesa y un estuche con varios repuestos. Todo estaba dispuesto con una precisión casi ritual, como si cada objeto tuviera un propósito específico. En la parte inferior derecha del escritorio, observé un recipiente de bronce del cual emanaba una tenue llama azul, que parecía fluir sin ningún tipo de conexión visible. La llama no producía calor y no había ninguna fuente aparente de combustible. Sin embargo, su presencia era reconfortante, y el ambiente era sumamente agradable.

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Los seres que estaban en ese lugar siempre mantenían una sonrisa sutil, casi imperceptible, como si estuvieran observando desde una posición de conocimiento superior. El aroma característico, que había percibido al principio, permaneció constante en el aire, como si todo el espacio estuviera impregnado de una energía tranquila y profunda.

Este encuentro, tan extraño como revelador, me dejó una sensación que no supe cómo interpretar completamente en ese momento. Sin embargo, algo en mi ser me decía que esa experiencia formaba parte de algo mucho más grande, algo que eventualmente entendería a su debido tiempo.

De repente, uno de los seres presentes comenzó a darme una inducción clara y profunda sobre la acción que debía tomar. Me habló en un tono calmado y seguro, indicándome que lo que estaba por hacer debía ser realizado de manera privada, sincera y con un compromiso firme de no repetir los mismos errores en el futuro. Los parámetros establecidos por ellos en relación con el manejo de ciertos temas eran estrictos y debían ser seguidos con absoluta seriedad. Todo esto estaba siendo guiado por una fuerza superior que parecía entender las complejidades de mi vida y las decisiones que había tomado a lo largo del tiempo.

De pronto, la pantalla frente a mí cobró vida nuevamente. Apareció la imagen de una mujer, junto con su nombre completo, y en un recuadro en la parte inferior derecha, un video resumía lo sucedido entre nosotros en algún momento pasado de nuestras vidas. Mientras la imagen se desarrollaba, pude ver, no solo los momentos compartidos, sino también los daños causados, en muchos casos, por sentimientos que habían surgido de manera impulsiva, para luego ser abandonados de manera intempestiva.

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El video continuaba mostrando cómo esos sentimientos, algunas veces no resueltos, se habían transformado en una carga, dejando heridas que habían afectado a ambas partes. Sentí un peso profundo en el pecho mientras observaba la secuencia, reconociendo el daño causado por mis decisiones y la ausencia de comprensión en ciertos momentos clave.

A medida que el video finalizaba, uno de los seres me indicó que tomara una hoja de papel y comenzara a escribir una carta. La misiva debía ser ofreciendo una disculpa sincera, con el compromiso explícito de no volver a cometer los mismos errores. Me dijo que esta carta debía ser completamente honesta, sin evasivas, y con la plena intención de sanar lo que se había roto.

Cuando terminé de escribir la carta, la doblé cuidadosamente en tres partes, como me habían indicado, y la deposité en el recipiente ardiente que estaba colocado a mi lado derecho. En cuestión de segundos, las llamas devoraron el papel sin dejar rastro alguno, como si la energía de la disculpa se fundiera con el fuego, purificando el sentimiento que había llevado a la creación de esa carta.

A lo largo de este proceso, me di cuenta de que muchas de las personas involucradas en estos recuerdos ya no se encontraban en este plano de existencia. Las lágrimas comenzaron a llenar mis ojos, pues comprendí que algunas de esas personas habían partido, y las oportunidades de reconciliación se habían perdido para siempre. La carga emocional de esos momentos fue abrumadora, y en ese instante sentí una profunda tristeza por los daños irremediables que se habían causado en el pasado.

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Es impresionante cómo, a lo largo de ese proceso, elaboré una gran cantidad de cartas, muchas más de las que había anticipado. No sentí en ningún momento cansancio ni desgano al escribirlas, algo que normalmente sería difícil de creer si no fuera porque estaba sumido en un estado de total concentración. Cada carta representaba un pedazo de mi alma, una oportunidad para sanar y redimirme por los errores cometidos. Algunas de esas cartas fueron tan largas que una sola hoja no bastaba para expresar lo que debía decir, y tuve que utilizar hasta cinco para completar todo lo que sentía y quería transmitir.

Lo que más me sorprendió fue cómo, a medida que las cartas se quemaban en el caldero, no quedaba rastro alguno, ni siquiera cenizas. El fuego parecía consumirlas por completo, como si estuviera purificando todo lo escrito, borrando de forma simbólica las heridas del pasado. El caldero, al final del ejercicio, permaneció intacto, como si nunca hubiese sido utilizado, lo que aumentó aún más el misterio y la sensación de lo sobrenatural en ese momento. Era como si todo el proceso se hubiera llevado a cabo en una dimensión distinta, donde el tiempo no existía, pues no sentí el paso de las horas ni la necesidad de alimentarme o de hacer algo tan básico como ir al baño, es de anotar que las hojas dispuestas para este ejercicio, fueron las estrictamente necesarias. No sobró ni faltó una sola.

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Parecía que el tiempo en ese lugar había transcurrido de manera completamente diferente, sin que tuviéramos ningún tipo de conexión con el mundo exterior.

Me dejaron en el lugar donde me abordaron, y comencé a caminar hacia casa, sin poder darle una explicación clara sobre lo que había sucedido durante todo el día. Solo mencioné que me había distraído visitando varios centros comerciales, pero Luz Marina, con su instinto tan agudo, como buena Piscis, logró ver algo en mí. Se dio cuenta de que había algo más en mi interior, algo que no podía explicar en ese momento. Con una mirada profunda, dedujo que algún día le contaría la verdad, lo cual sucedió más tarde, cuando un acontecimiento sobrenatural en el que ella misma estuvo involucrada la llevó a entenderlo todo.

Este evento, aunque parecía algo incomprensible al principio, fue un punto de inflexión en nuestra relación, marcando el inicio de una comprensión más profunda y trascendental entre nosotros. Lo que sucedió aquella noche, aunque no pudo ser explicado con palabras al principio, terminó revelando un nivel de conexión espiritual que nos permitió compartir experiencias y pensamientos que de otro modo habrían permanecido ocultos.

Lo que ocurrió con Luz Marina y su trabajo es una muestra de cómo, a veces, las circunstancias pueden cambiar de manera inesperada, casi como si una fuerza mayor estuviera guiando los eventos.

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Como mencioné antes, Luz Marina trabajaba en tres lugares distintos, lo que representaba una carga considerable de viajes y esfuerzo para ella. Tenía que ir a las veredas, San Isidro, El Águila y El Madroño. El hecho de tener que ir en moto esos sitios como El Águila, que queda en un resguardo indígena, o a El Madroño, lo cual implica un gasto adicional.

Recuerdo muy claramente que, en una madrugada de meditación, me llegó la certeza de que algo cambiaría en su situación laboral. No podía explicarlo de manera racional, pero sentí que una resolución de la Secretaría de Educación estaba por salir, modificando su lugar de trabajo. Cuando le comenté a Luz Marina sobre esta sensación, su respuesta fue inmediatamente negativa. Ella me explicó que las resoluciones de este tipo, sobre todo las relacionadas con la asignación de puestos, se emiten normalmente a principios de año y no en medio del ciclo. Sin embargo, insistí, recordándole que para Dios no hay imposibles, y que todo le es posible.

Y, sorprendentemente, lo que parecía imposible sucedió. En el mes de mayo, sin previo aviso, la Secretaría de Educación emitió una resolución que dejaba a Luz Marina trabajando en San Isidro y El Madroño, suspendiendo temporalmente sus visitas a El Águila hasta nueva orden. La noticia dejó a todos en shock, pues nadie esperaba tal cambio. Esto representó un alivio significativo para Luz Marina, al reducir enormemente sus viajes y gastos, aunque la sorpresa no terminó ahí.

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Lo más impresionante llegó unos meses después, en septiembre, cuando una nueva resolución la notificó que ya no tendría que trabajar en El Madroño ni en El Águila, y que se le asignaba exclusivamente San Isidro. Para esos otros dos lugares, se nombró a una trabajadora social que tomaría el lugar de Luz Marina, algo sin precedentes. Nadie en su entorno podía dar crédito a lo ocurrido, ya que era la primera vez que algo tan drástico sucedía.

Este giro en los acontecimientos no solo validó lo que había sentido durante la meditación, sino que también me dejó claro que hay fuerzas en juego más allá de lo que podemos ver o entender. A veces, las respuestas llegan cuando menos lo esperamos, y de formas que ni siquiera imaginamos. Sin duda, esta serie de eventos me hizo reafirmar mi creencia en el poder de la fe y en cómo, cuando se confía plenamente, las circunstancias pueden transformarse de maneras que desafían la lógica.

Lo que experimenté en Belalcázar fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos más impactantes de mi vida, un acontecimiento que no se puede clasificar fácilmente, ya que no tiene una explicación lógica dentro de las realidades cotidianas. Lo que sucedió el sábado 21 de junio de 2014 es algo que pocas personas podrían comprender, pero fue un encuentro tan profundo que marcó un antes y un después en mi comprensión del universo y de lo que está más allá de lo visible.

Aquella noche, mientras me encontraba solo en el hotel viendo un programa de televisión, de manera abrupta, la transmisión se interrumpió y de repente la pantalla fue ocupada por una presencia, un ser que se dirigió a mí por nombre.

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Su mensaje fue claro: a la una y media de la mañana debía salir a la calle y esperar una nube gigante que descendería desde la falda de la población. Esta nube pasaría frente a mí y, al entrar en ella, yo sería acompañado por seres intermedios que me guiarían durante una experiencia que aún no comprendía completamente. No cuestioné el mensaje; algo en mí me impulsó a seguirlo.

Así que, en la hora acordada, me dirigí a la calle. Poco después, como se había indicado, una espesa niebla descendió por la calle, cubriéndola por completo. La sensación era única, como si estuviera entrando en otro plano. Al introducirme en la nube, sentí la presencia de varios seres intermedios que me acompañaban. Ellos me guiaron, indicándome cómo debía proceder en lo que estaba por ocurrir. Sabía que algo extraordinario estaba a punto de suceder, y una mezcla de serenidad y asombro me invadió.

Nos desplazamos hasta la salida de la población, en donde se encuentra una cancha de fútbol. Allí, en una de las porterías, me despojé de mi ropa y me cambié a un traje de lino crudo de dos piezas, acompañado de unas sandalias negras, que me suministraron. Dejé mi ropa doblada en la portería, y como si fuera magia, una fibra en el aire cubrió mis pertenencias, haciéndolas desaparecer ante mis ojos. En ese instante, sentí que lo que estaba sucediendo no era meramente físico, sino algo profundamente sobrenatural.

De repente, un haz de luz intensa descendió desde lo alto y se posó a nuestro lado. En ese momento, apareció una pequeña base, y me invitaron a colocarme en ella.

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En el instante en que lo hice, me encontré transportado a un salón vastísimo, casi infinito. El ambiente era perfecto: discretamente iluminado, con una temperatura agradable que no era ni fría ni cálida, y una música suave, que parecía llenar todo el espacio sin ser intrusiva. La paz y la tranquilidad que experimentaba en ese lugar eran indescriptibles, como si todo lo que me rodeaba estuviera impregnado de una armonía total.

Me encontré en un lugar en el que otros seres, al parecer visitantes como yo, estaban presentes. Nos desplazamos hacia una especie de platea, desde donde podía observar lo que ocurría en el escenario principal. Según lo que nos informaron, estábamos reunidos millones de seres, en una especie de evento que transcendía la comprensión humana. Al fondo, en una tarima enorme, tres seres estaban presentando lo que parecía una conferencia, pero lo que era realmente notable era que no necesitábamos escuchar con nuestros oídos. La información nos llegaba directamente a la mente, clara y fuerte, como si estuviéramos usando un audífono.

Al mirar a mi alrededor, pude ver que todos los seres presentes eran como yo, seres que no superaban los 30 años de edad, todos portando el mismo atuendo sencillo de lino. En el ambiente no había ningún signo de tensión o ansiedad, solo una calma profunda y una sensación de unión con todo lo que me rodeaba. Parecía que todos, al igual que yo, estábamos allí para escuchar y aprender, para recibir algo más grande que cualquier experiencia mundana. Lo que sentí en ese momento fue una mezcla de asombro y gratitud, pues comprendí que estaba participando en algo mucho más grande que yo mismo.

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La información que estaba recibiendo no solo tenía que ver con el conocimiento, sino con el entendimiento profundo de la existencia, la vida y el propósito. Estaba rodeado por seres que, aunque no los conociera, sentía que compartía una conexión inquebrantable. En ese instante, no había espacio para la duda, solo una certeza absoluta de que todo lo que ocurría tenía un propósito divino y más allá de nuestra comprensión.

Aquella noche, en ese salón vasto y pacífico, entendí que nuestra existencia no es solo un cúmulo de momentos aislados, sino una experiencia mucho más amplia que abarca dimensiones de las que aún no somos plenamente conscientes.

Aquella madrugada, lo vivido me dejó una sensación tan profunda y trascendental que aún me resulta difícil de describir con palabras. Cuando regresé al hotel, ya eran casi las seis de la mañana. Había pasado toda la noche en una experiencia indescriptible, asistiendo a conferencias que no solo trataban sobre el conocimiento, sino sobre la esencia misma de nuestra existencia y el camino espiritual. Al llegar, la niña de la recepción, quien no me había visto salir en la madrugada, ni siquiera notó mi regreso. Ella estaba lavando el sardinel fuera del hotel, completamente ajena a mi presencia, como si el tiempo no hubiera transcurrido para ella de la misma manera que para mí.

Una tristeza infinita se apoderó de mí en ese momento. Era una tristeza diferente a cualquier otra que había experimentado, una tristeza profunda y solitaria, como si hubiera sido testigo de algo tan grande que no podía compartirlo con nadie a mi alrededor.

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El llanto llegó sin previo aviso, y no pude evitarlo. Me sentía completamente solo, a pesar de la maravilla que había experimentado. Hubo momentos en los que incluso pensé en regresar por mi cuenta, abandonar todo y regresar a mi realidad, sin comprender bien si lo que había vivido era real o simplemente una fantasía creada por mi mente.

Sin embargo, esa madrugada, una de las conferencias a la que asistí trataba precisamente sobre este sentimiento: el peligro del atraso espiritual que se experimenta al intentar adelantar nuestro paso hacia dimensiones superiores antes de estar preparados para ello. Aprendí que todo debe suceder a su debido tiempo, y que la paciencia y la preparación son clave para avanzar espiritualmente. Acelerarse hacia lo desconocido puede ser perjudicial, incluso cuando el deseo de trascender es fuerte.

Otra enseñanza importante de aquella jornada fue sobre la fidelidad del ser superior. Un tip valioso de otra conferencia fue recordar constantemente esa fidelidad divina. El espiritualismo, más que una creencia, es una relación constante con ese ser superior que nos acompaña a lo largo de la vida. No se trata de esperar respuestas inmediatas, sino de confiar en el proceso divino, en la sabiduría de la vida, y en que todo tiene un propósito más grande que va más allá de nuestra comprensión inmediata. Recordar las veces en que la fidelidad de Dios se hizo presente en mi vida me ayudó a comprender que la conexión con lo divino es lo que nos da fuerzas para seguir, incluso en los momentos de incertidumbre y dolor.

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En esa misma conferencia, se compartieron diferencias fundamentales entre la religión y el espiritualismo, que quiero resaltar ahora, porque son enseñanzas que siguen acompañándome:

* La religión tiene un conjunto de reglas dogmáticas. El espiritualismo, en cambio, invita a razonar y cuestionar todo, a explorar la verdad por uno mismo, a ser flexible en la búsqueda de la divinidad.

* La religión tiende a reprimir el cuestionamiento y, en algunos casos, es falsa. El espiritualismo, por su parte, trasciende todas esas limitaciones, acercándonos a nuestra verdad interna y a una comprensión más profunda de la existencia.

* La religión habla de un dios, pero no es Dios mismo. El espiritualismo en cambio, entiende que Dios es todo, está en todo, y no se limita a una imagen o concepto específico, sino que es la fuerza divina que impregna toda la creación.

* La religión es humana, es una organización con reglas de hombres. El espiritualismo es divino, sin reglas impuestas por los seres humanos, porque el espiritualismo busca lo eterno, lo sagrado, lo que está más allá de las estructuras humanas.

* La religión se alimenta del miedo. El espiritualismo, en cambio, se alimenta de la confianza, de la fe, de la conexión con lo divino y la seguridad de que estamos guiados por una fuerza superior, que no busca dominarnos, sino enseñarnos y acompañarnos.

Estas diferencias se volvieron claves para mi comprensión personal de lo que había vivido en aquella experiencia, y me ayudaron a darle un sentido profundo a la tristeza y la confusión que sentí al regresar.

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El espiritualismo no es algo que se pueda imponer, sino que se debe vivir de manera personal, auténtica y transformadora. En cada uno de esos momentos de duda y de soledad, entendí que estaba siendo guiado por algo mucho más grande, y que el camino espiritual no es siempre fácil, pero es esencial para crecer y encontrar el propósito real de nuestra existencia.

Dos días después de mi llegada a Belalcázar, durante el almuerzo, conocí a los instructores del SENA, quienes acababan de iniciar un curso de computación básica. De manera espontánea, les propuse que me permitieran asistir como alumno presencial, sin la necesidad de recibir el respectivo certificado, pues mi única intención era aprender sin formalidades. Sin embargo, su respuesta fue negativa, ya que en el pasado habían tenido problemas relacionados con este tipo de solicitudes. Comprendí rápidamente la situación, y lo que parecía una simple propuesta pasó a convertirse en un punto de partida para una amistad especial.

Fue entonces cuando comencé a entablar una relación cercana con uno de los instructores, Héctor Mauricio García Mazo, quien se convirtió en un buen amigo. Nuestra amistad perduró por los siguientes años, hasta su partida de este plano, cuatro años después. Recuerdo que en una de nuestras conversaciones le mencioné la posibilidad de repetir el curso en una futura oportunidad. Él, con su tono característico y algo de humor, me respondió que era imposible hacerlo en ese momento, ya que todo el cronograma estaba preestablecido. Además, me explicó que el curso no se volvería a realizar en Belalcázar sino hasta dentro de nueve años, cuando el SENA volviera a recorrer los 27 municipios de Caldas, repitiendo el ciclo que se llevaba a cabo en cuatro meses por cada municipio.

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En ese momento, no pude evitar recordarle mi perspectiva personal sobre las cosas. Le respondí que para Dios nada era imposible, o mejor aún, que para el "todo" todo era posible. Mauricio me miró sorprendido, pero no hizo ningún comentario adicional. A pesar de que sus palabras reflejaban cierta lógica, algo en mi interior me decía que las circunstancias podían cambiar.

El tiempo pasó y, al finalizar el curso, los equipos de computación fueron preparados para ser trasladados. Pero justo cuando todo parecía terminado, ocurrió algo inesperado. El director del SENA llamó a Mauricio para preguntarle si ya había movido los equipos a su destino final. Mauricio le contestó que ya se dirigía a Belalcázar en el camión para hacerlo, pero de manera sorprendente, recibió una contraorden. El director le pidió que regresara el camión y, en su lugar, convocara a un nuevo curso. Nadie podía creer lo que sucedía, ni siquiera Mauricio, quien aún estaba atónito por la noticia.

Tan pronto como llegó al pueblo, me llamó para contarme lo sucedido. Juntos, aún sorprendidos por la repentina vuelta de los acontecimientos, nos reunimos para comenzar a organizar el nuevo curso. El requisito era tener al menos 20 alumnos para dar inicio, pero cuando empezamos a convocar a las personas, nos dimos cuenta de que sería una tarea difícil de cumplir, pues no parecía haber suficientes interesados.

Fue entonces cuando, en una charla con el director, le mencionó que había encontrado dificultades para reunir el número mínimo de estudiantes. Sin embargo, el director, a pesar de las circunstancias, le dijo que no había marcha atrás.  

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