MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Me levanté de la silla, la miré directamente a los ojos y le pedí que formulase la pregunta. Entonces, ella, sin rodeos, me dijo: "Estoy preocupada por tanta llamadera suya. ¿Qué es lo que realmente quiere de mí?"
Una gran energía se apoderó de todo mi ser y, como si lo estuviera leyendo de un guion escrito por el destino, le respondí sin titubear: "Todo lo quiero de ti: tu sentimiento, tu amor, tu ternura, tu cuerpo, tu sexo, tus caricias, tu bondad, tus besos, tu piel, tu manera de ser, tu risa, tu enojo, tu sueño, tu despertar, tu esperanza, tu consuelo, tu armonía, tu fuerza, tu alegría y tu tristeza. En fin, todo lo que concierne a tu ser." Una lágrima rodó sobre su mejilla, y de inmediato se refugió en mis brazos. Nos fundimos en un cálido y casi interminable beso que pareció durar una eternidad, hasta el punto de prolongarse hasta el amanecer del día siguiente. Lo que en ese momento había imaginado, pero que nadie me respaldaba, sucedió.
Al día siguiente, pasé por el negocio como siempre. Don Orlando, alrededor de las 8 de la mañana, al verme, me felicitó con una sonrisa de sorpresa. No podía creerlo. Continué mi camino y llegué a casa, donde le conté a Maureen Luz lo sucedido. Le pareció extraño, pero no lo dudó por mucho tiempo y comentó: "Ahora sí voy a organizar el viaje. No lo había hecho porque no te podía dejar por ahí, sin Dios ni ley, pero por lo que veo, la cosa puede estar por ese lado. Entonces, ya me puedo ir tranquila, sabiendo que quedas en muy buenas manos. Esperemos que así sea; solo Dios sabe con certeza lo que nos depara el futuro."
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Los días pasaron, y las visitas se volvieron cada vez más frecuentes. Varias veces en la semana me quedaba en su apartamento, siempre dentro de la mayor camaradería y respeto. La relación fue avanzando de una manera natural y sincera, hasta que el 17 de julio, ella tuvo que viajar a Medellín para atender el stand de la empresa en Colombiamoda. Me dejó las llaves del apartamento y me pidió que regara una pequeña planta que adornaba la sala. "Si quieres quedarte aquí mientras regreso, está todo bien", me dijo. La acompañé al aeropuerto, la despedí con un apasionado beso y regresé a la rutina de mi vida, aunque ahora con una sensación diferente, como si una nueva etapa estuviera comenzando.
Como el negocio quedaba muy cerca de su apartamento, efectivamente me quedé allí varios días, no solo porque la proximidad lo hacía conveniente, sino también como parte de un proceso emocional, un intento de irme acostumbrando a la definitiva ausencia de Maureen Luz, una pérdida que sigue siendo imposible de superar completamente. Ella fue un ser absolutamente entregado a la causa, sin importarle el qué dirán, lo que más me impactó de su amor era su voluntad de preservar la armonía entre nosotros, algo que mantenía firme con un amor tan profundo que la hacía una de las personas que más me hizo sentir verdaderamente amado en mi vida. Si bien es cierto que el amor más puro que existe es el que una madre profesa hacia su hijo, el amor de Maureen Luz se aproximaba a esa pureza inquebrantable. Fue un amor sin reservas, el tipo de amor que rara vez se experimenta, un amor genuino, sin expectativas de retorno. En la vida, pocos hemos experimentado un amor así, y mucho menos de una forma tan desinteresada.
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En ese sentido, ella se convirtió en un referente de lo que realmente significa amar de forma incondicional. Durante el tiempo que estuvo la señora bonita en Medellín, nos manteníamos en contacto a diario, sin falta, y cada conversación era un pequeño consuelo en medio de la distancia.
El jueves 1 de agosto de 2013, recibí una llamada de la señora bonita. Me comentó que llegaría alrededor de las cinco de la tarde y que quería que la esperara en el aeropuerto. No dudé en pedir el día libre a Don Orlando y me dirigí a la cita. La espera fue breve, pero al verla, algo en su mirada y en su gesto me dejó claro que este encuentro significaba más de lo que parecía. Me entregó una tarjeta hermosa que había mandado elaborar en Medellín, un detalle que me conmovió profundamente. Dejamos la maleta en su apartamento y, a partir de ahí, salimos a comer. Durante la cena, me hizo una propuesta que, aunque parecía práctica, me dejó con una sensación de incertidumbre: "¿Qué te parece si llevas tus cosas a mi apartamento?", me dijo. La condición era clara: solo lo indispensable y que cabía en una sección del closet. Acepté la propuesta, aunque sabía que esto podría marcar el principio de algo significativo, pero también definitivo.
Días después, empaqué lo que consideraba esencial: dos maletas grandes y una pequeña. Además, Maureen Luz, de una manera tan generosa como siempre, me ayudó a llevar algunas otras cosas en su carro. Fue la última vez que compartimos un espacio juntos.
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Nos despedimos de una forma tranquila pero profundamente emocional, y en medio de la despedida, le pedí encarecidamente no fuera a manifestar que yo la había dejado, si no que había sido ella quien tomó esa determinación, que fue lo que realmente sucedió.
Le pedí que simplemente dijera la verdad, sin omitir ni un solo detalle, y ella estuvo totalmente de acuerdo. Fue una despedida que cargaba una gran carga emocional, pero también una liberación. Nos dimos mutuamente agradecimientos por esos treinta años juntos. En su despedida, me comentó que había sido muy feliz, a su manera, lo cual me conmovió aún más. Nos abrazamos, y en medio de las lágrimas, partió para siempre.
Esa despedida marcó un hito en mi vida, uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria, no solo por lo que representó para nuestra relación, sino por todo lo que significó para mi evolución emocional y espiritual.
La señora bonita me dio la bienvenida a su apartamento, y así comenzó nuestra propia historia de amor. Fue una historia marcada por momentos únicos, tan especiales que de alguna manera ayudaron a comenzar el proceso de duelo por la significativa pérdida de Maureen Luz. No fue fácil, pero en medio de todo, los instantes que compartimos juntos, las conversaciones y los gestos de cariño, me ayudaron a encontrar algo de consuelo.
El 31 de octubre decidí dar un paso importante: renuncié a mi trabajo para dedicarme completamente a la relación con la señora bonita. Estaba decidido a apostar por este nuevo capítulo de mi vida.
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Incluso comenzamos a pensar en matrimonio para el próximo febrero, y empezó a hacer preparativos para pasar nuestra luna de miel en un destino paradisiaco en el exterior. Todo parecía marchar perfectamente bien, y la idea de compartir mi vida con ella me llenaba de ilusión. Sin embargo, como suele suceder en las historias, la vida tiene sus propios giros inesperados.
Decidimos que pasaríamos el 31 de diciembre en Medellín, con el objetivo de que su familia me conociera y, al mismo tiempo, informarles sobre nuestro próximo compromiso. Con esa idea en mente, comenzó la preparación de la cena de Año Nuevo en Cartagena, que viajaríamos para llevar con nosotros. Todo estaba planeado con meticulosidad, pero la vida tenía otros planes para nosotros.
El día de nuestro viaje, cuando salimos para recoger las viandas y dirigirnos al aeropuerto, nos encontramos con un monumental trancón. El tráfico era imparable, y la situación nos hizo llegar al aeropuerto a las dos de la tarde, justo cuando nuestro vuelo estaba programado para salir a las 2:10 p.m. Sabíamos que ya era tarde y que las posibilidades de abordar el vuelo eran prácticamente nulas. El mostrador de Avianca ya estaba cerrado, y el ambiente se volvió tenso. Sin embargo, sucedió algo que nunca olvidaré: un funcionario que se encontraba en el mostrador, al verme, me saludó cordialmente y me confundió con alguien más. No sé con quién me confundió, pero, para nuestra sorpresa, nos permitió abordar el vuelo. Llamó a la aeronave y pidió que nos esperaran unos minutos. Nos solicitó la dirección en Medellín para hacernos llegar nuestras maletas en el próximo vuelo. Algo tan inesperado y asombroso ocurrió en ese momento que, de alguna manera, sentí que había una intervención más allá de lo que entendemos como normal.
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Pudimos abordar el vuelo sin ningún otro inconveniente. Llegamos a Medellín y, efectivamente, nuestras maletas llegaron más tarde esa misma noche, entregadas en la casa de una de sus hermanas, donde nos reuniríamos con su familia para despedir el año. La llegada de las maletas y todo lo que sucedió a lo largo de ese día parecía tener una carga de azar, pero también de providencia, como si en algún nivel, todo estuviera predestinado para que esa noche pudiera suceder de la mejor manera posible.
La señora bonita me presentó a su madre, Doña Rafaela, y a sus trece hermanos. Al principio, todo parecía normal, hasta que, al anunciar nuestro próximo matrimonio, el ambiente se tornó visiblemente tenso. La sonrisa de la mayoría de los presentes fue desvaneciéndose poco a poco, y pronto, en privado, varios de sus hermanos le dieron un ultimátum: si decidía continuar la relación conmigo, debía cortar cualquier tipo de comunicación con ellos. Era evidente que la situación económica influía mucho en sus relaciones, y, dado que ella, al tener una mejor posición financiera, subsidiaba a la mayoría de sus hermanos, esto se convirtió en un factor crucial. La presión fue tan grande que solo su madre y una hermana se mostraron completamente a favor de la relación.
El primero de enero, decidimos viajar a Cisneros, un pequeño pueblo donde otro de sus hermanos, que no había asistido a la reunión de Año Nuevo, administraba una finca cerca del casco urbano. Allí pasamos dos días espectaculares, desconectados del ruido de la ciudad.
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Aprovechamos para disfrutar de la vida campestre, y un momento destacado fue cuando una vaca tuvo cría. Como parte de la experiencia, tomé un litro de leche calostro, algo que, más tarde, descubrí fue sumamente beneficioso para mi salud.
Durante casi tres años, mi estado físico fue excelente, y con el tiempo, reforcé la dosis para asegurarme de mantenerme en esa óptima condición.
Regresamos a Medellín, y aprovechando que estábamos allí, visité a mi familia. Acordamos con la señora bonita, encontrarnos de nuevo en el aeropuerto tres días después para viajar de vuelta a casa, continuar nuestra relación y enfrentar juntos lo que vendría. El reencuentro en el aeropuerto fue tenso, aunque ambos tratamos de mantener la calma. Durante el vuelo de regreso, la señora bonita no pronunció palabra, lo cual me hizo sentir incómodo. Era evidente que algo estaba cambiando en su interior, pero no sabía exactamente qué era.
Al llegar al apartamento, nos reunimos y, de inmediato, me comunicó lo que había sucedido en su familia. La mayoría de sus hermanos habían dejado claro que no apoyaban nuestra relación y habían tomado decisiones drásticas, incluso pidiéndole que eligiera entre ellos y yo. Parecía que estábamos viviendo una situación digna de una novela adolescente, llena de incertidumbres y decisiones contradictorias.
A lo largo de los días siguientes, pasamos por una montaña rusa emocional. Había momentos en los que compartíamos noches de pasión indescriptible, donde ella me decía que yo era lo más importante para ella y que su familia no debía interponerse en nuestra felicidad.
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Sin embargo, en cuanto llamaba a su familia y no lograba comunicarse con ellos, sus pensamientos cambiaban por completo. Empezaba a dudar y a considerar que su familia debería ser su prioridad, lo cual me dejaba completamente confundido. Cada día se volvía más difícil saber si nuestra relación prevalecería o si los lazos familiares terminarían por destruir lo que estábamos construyendo.
Así pasaron los días de enero y gran parte de febrero, hasta que, el miércoles 26 de febrero de 2014, durante un almuerzo en un prestigioso restaurante, le pedí, por favor, que tomara una decisión definitiva al respecto. No podía seguir soportando la constante montaña rusa emocional que vivíamos: todas las noches ella estaba a mi favor, y en las mañanas, todo cambiaba, quedando en mi contra. Tras varios comentarios y conversaciones que se alargaron por un buen rato, finalmente llegó a una conclusión: se quedaba con su familia. Esto significaba que debía abandonar el apartamento que habíamos compartido. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue otro de esos momentos sobrenaturales que solo la mano de Dios puede orquestar.
Al llegar a casa, recibió una llamada de la empresa en Medellín, en la que le solicitaban trasladarse a esa ciudad para asistir a una reunión anual programada para el 7 de marzo. Me pidió que por favor le ayudara a conseguir un vuelo para el 5 de marzo. Le confirmé el pasaje para ese día a las 2:10 de la tarde, con regreso el 21 de marzo a las 5:00 de la tarde. En ese momento, comenté casi de forma casual: "Te vas a cruzar con Maureen Luz en el aeropuerto, porque ella vuela hacia Chile el 21 de marzo por la noche".
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Era un comentario sin mayores expectativas, pero mientras lo decía, no pude evitar notar cómo todo parecía alinearse de forma extraña y perfecta.
Con una sonrisa, le mencioné a la señora bonita que para Dios nada es imposible, o mejor dicho, todo le es posible. Le pregunté, un tanto inquieto, qué haría si el destino nos ubicaba en algún lugar distinto durante su estadía en Medellín. Ella me contestó, con una leve duda en su voz, que lo dudaba mucho, pero si sucedía, dejaría las llaves en un lugar determinado y ajustaría la puerta, asegurando que no pasaría nada. La incertidumbre seguía acechando nuestras vidas, pero a la vez, el peso de lo sucedido parecía estar guiándonos por caminos que ya no podíamos controlar.
Estaba revisando mi Facebook cuando, de repente, la señora bonita me pidió que le enseñara cómo subir fotos en esta red social. Ella se acomodó sentándose en mis piernas, y comencé a explicarle paso a paso cómo hacerlo. Mientras tanto, alguien conectado en ese momento me saludó. Al ver quién era, me sorprendí: era Luz Marina, la psicóloga con quien no había tenido contacto en mucho tiempo. Decidí responderle, y rápidamente la conversación se tornó más personal. Me preguntó por Maureen Luz, y le informé que nos habíamos separado. Aproveché para contarle que ella viajaría definitivamente a Chile el próximo 21 de marzo y se radicaría allí. Fue una conversación breve pero significativa, marcada por la sinceridad.
En medio de esta charla, decidí comentarle que desde agosto había comenzado una relación con la señora bonita, aunque, lamentablemente, debía abandonar su casa en los próximos días. Esta noticia pareció sorprender a Luz Marina, y, con una profunda preocupación, me pidió que la llamara al celular.
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Al hacerlo, la escuché romper en llanto, expresando lo sola que se sentía. Me comentó que la vida la había ubicado en Belalcázar Caldas, donde estaba trabajando desde agosto, había sido una constante lucha contra la soledad. Vivía en un hotel, y aunque su trabajo la mantenía ocupada, las noches y el vacío la sumían cada vez más en la tristeza. Me habló sobre cómo había incrementado el consumo de cigarrillos como una forma de lidiar con la soledad y la incertidumbre que la rodeaba.
La conversación fue profunda, llena de emoción y tristeza. Le respondí que le confirmaría al respecto más tarde, ya que necesitaba pensar en cómo manejar la situación. Pero, de alguna manera, comprendía lo que ella estaba viviendo.
Al hablar con la señora bonita sobre todo lo que había sucedido, le conté acerca de Luz Marina y me pidió que, si era posible, buscara un pasaje en el mismo vuelo para viajar con ella hasta Medellín. Me sugirió que la acompañara, lo que me pareció una buena idea, considerando que la situación con Luz Marina parecía ser más seria de lo que había anticipado. Así que me puse a buscar un pasaje en el mismo vuelo para viajar con la señora bonita. Después de unos minutos, logré conseguirlo, y hasta el puesto junto a ella en el avión estaba vacío, lo que parecía una señal de que todo se estaba alineando de alguna manera.
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