MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Me confesó que llevaba tiempo sufriendo un dolor persistente en el bajo vientre, que le dificultaba orinar con normalidad.
Había acudido al médico, quien le practicó una serie de exámenes. El diagnóstico fue desalentador: tenía un tumor en la vejiga que obstruía la salida de la orina. Lo más preocupante no fue la gravedad de la enfermedad, sino su decisión de renunciar a los servicios médicos y negarse rotundamente a someterse al procedimiento que le habían recomendado.
Para Don Pacho, aquel diagnóstico marcó el inicio de un inevitable final. El tumor seguía creciendo, y cada día orinar se volvía una tarea más ardua y dolorosa. Solo lograba evacuar parcialmente su vejiga al colocarse de lado, aprovechando los breves momentos en los que la masa desplazada permitía algo de alivio. La situación empeoraba con el tiempo, hasta que mi hermano menor, Eduardo, consiguió convencerlo de viajar a Medellín. Allí, una prima nuestra, sobrina de Don Pacho y enfermera de profesión, se comprometió a colocarle una sonda con el mayor cuidado para aliviar su sufrimiento.
Con cierta resignación, Don Pacho aceptó la propuesta. El procedimiento fue exitoso y permitió evacuar cerca de siete litros de orina acumulada, pero el daño a su cuerpo ya era considerable. A pesar de los esfuerzos médicos, las complicaciones derivadas de su condición fueron insuperables. Finalmente, un fulminante infarto lo sorprendió el viernes 19 de mayo del año 2000, a las 9:00 de la noche, en brazos de mi hermana menor, quien lo acompañaba en ese momento.
Saturnino Campos Gutiérrez vivió 27.227 días, o 74 años, 6 meses y 17 días.
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Hasta ahora, no he podido asistir al funeral de ningún ser querido, pues prefiero recordarlos vivos, manteniendo intacta la imagen de nuestro último encuentro. Don Pacho no fue la excepción. Dos meses antes de su partida, viajé con Maureen Luz para despedirme, consciente de su férrea negativa a someterse a una intervención médica.
No tuve la oportunidad de visitarlo en Medellín, ya que en esa época se desató un paro camionero que bloqueó las vías hacia la ciudad. Además, su estado de salud había mejorado notablemente tras la colocación de la sonda, y estaba previsto que le dieran de alta ese mismo fin de semana.
Lo importante para mí es mantener su recuerdo vivo, albergándolo en lo más profundo de mi ser, mientras elaboro el duelo correspondiente. Prefiero evocar los momentos felices que compartimos, aunque también hubo episodios difíciles que, con el tiempo, se transformaron en enseñanzas valiosas.
Siempre admiraré cómo Don Pacho, con tan poca o ninguna preparación académica, logró sacar adelante a una familia de cinco hijos, proporcionándoles a todos una educación secundaria. Para la época, esto era un logro significativo, especialmente para alguien que nunca tuvo esa oportunidad y soñaba con que sus hijos alcanzaran lo que él no pudo. Su esfuerzo y dedicación permanecen como un legado de amor y perseverancia que me llena de orgullo y gratitud.
Les contaré una anécdota que viví por aquellos días y que refleja claramente la idiosincrasia del costeño, tan particular y diferente del resto de los habitantes de este hermoso país.
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Una mañana, mientras me dirigía en un taxi al puerto, recibí una llamada desde Bogotá. Me solicitaron que retirara y enviara de manera urgente a Coveñas unos espárragos (tornillos de gran tamaño utilizados en la industria petrolera) que pesaban cerca de cien kilos. Usualmente, yo mismo realizaba esos envíos, pero ese día tenía mi carro en el taller.
Fue entonces cuando se me ocurrió ofrecerle al taxista que me transportaba la oportunidad de hacer el viaje, con un flete de 200 mil pesos. El conductor aceptó de inmediato. Procedí a sacar las planillas correspondientes, se cargó la mercancía en el taxi y le entregué un anticipo de 100 mil pesos, con la promesa de pagarle el saldo al regreso. Todo transcurrió sin contratiempos, y alrededor de las tres de la tarde, el conductor regresó con los documentos debidamente diligenciados.
Tras cumplir con el compromiso, le entregué el saldo restante y, de manera casual, le comenté:—Hasta las seis que entregues el carro, todavía alcanzas a hacer lo del diario. Así, lo que ganaste en este viaje te queda libre.
El conductor, con la chispa característica de nuestra región, me respondió:—¡Ombe! ¿Quién dijo que voy a seguir trabajando? Si ya tengo el diario de cuatro días, ahora me voy para la casa a descansar. Los próximos días los cojo con "suavena" y su pitillo. Eso sí, cuando salga otro viaje de esos, téngame en cuenta, que yo te tiro la liga.
Esa respuesta, tan sincera y espontánea, me sacó una sonrisa. ¿Qué les parece? Esa es la esencia del Caribe: disfrutar la vida con calma y, siempre que se pueda, priorizar el descanso sobre el afán.
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En una ocasión, un amigo paisa que tiene un almacén donde vende pilas y otros accesorios para relojes me llamó la atención por los precios tan bajos de sus productos. Intrigado, le pregunté cómo lograba cubrir los gastos con esos valores.
Su respuesta fue sencilla pero reveladora:—Un cartón de pilas cuesta mil pesos y trae diez unidades. Hay personas que cambian veinte o más pilas al día, pero en lugar de comprar el cartón completo, prefieren adquirirlas detalladas. Cada pila vendida así cuesta 300 pesos.
Mientras me explicaba, Mario —mi amigo— cortaba pequeños cartones de unos cinco centímetros cuadrados. Me contó que los usaba para vender porciones de pegamento, lo cual era muy rentable. Los dos tubos de pegamento le costaban cuatro mil pesos, y detallándolos, obtenía 25 mil pesos. Me aseguró que vendía de dos a tres juegos diarios.
Este ingenioso modelo de ventas no se limitaba a las pilas y el pegamento. Aplicaba la misma estrategia en varios artículos, lo que explicaba cómo muchos paisas, inicialmente llevados como ayudantes por sus familiares, terminaban siendo dueños de negocios prósperos en poco tiempo.
En la costa, el comercio tiene una dinámica única: se adapta a la capacidad de compra del cliente. Por ejemplo, incluso el almuerzo se puede adquirir a precios sorprendentemente bajos. Con apenas dos mil pesos, se consiguen ingredientes mínimos: media papa, media cebolla, medio tomate, un octavo de panela, 100 gramos de arroz, una copa de aceite, y si es necesario, los huevos se venden por separado, (la yema aparte de la clara).
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En los barrios más humildes, es común ver letreros que anuncian: "Venta de sopa". El cliente lleva su olla, le preguntan cuántas personas hay en casa, y se la llenan a un costo muy asequible. Este sistema no solo ayuda a la comunidad, sino que también genera un ingreso adicional para quienes lo ofrecen.
Algo que siempre me llamó poderosamente la atención fue la actitud solidaria de los conductores de buses en esta región. No te dejan varado en los barrios, tengas o no tengas dinero. Si no cuentas con el pasaje completo, solo necesitas decírselo al conductor y te permite abordar por la puerta trasera. Cuando tu situación mejora, puedes devolver algo de lo que debes, manteniendo un vínculo de confianza. Así, siempre tienes la certeza de poder viajar diariamente, independientemente de tu condición económica.
Otro aspecto curioso es cómo manejan los impuestos de rodamiento de los vehículos. Es común que los conductores acumulen grandes deudas, que en ocasiones ascienden a varios millones de pesos. Luego, cuando la cifra se torna insostenible, acuden a las oficinas de tránsito y negocian un descuento significativo, logrando quedar a paz y salvo pagando apenas una décima parte, o incluso menos, de la deuda original.
Por otro lado, como mencioné anteriormente al hablar de los trámites en los puertos, moverse en la costa es casi como estar en otro país. Esa dinámica tan distinta hace que adaptarse al ritmo del interior del país, sea un desafío cuando se regresa.
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Por esos días, Colombia vivía tiempos difíciles. El país estaba prácticamente secuestrado. Viajar por carretera implicaba enfrentar el constante riesgo de las llamadas "pescas milagrosas" realizadas por la guerrilla, donde retenían vehículos y seleccionaban a las personas para extorsionarlas o secuestrarlas. Además, en algunas rutas, el tránsito estaba restringido después de las seis de la tarde. Esta situación de inseguridad perduró durante mucho tiempo hasta la llegada de un gobernante decidido y sin temor a enfrentar a estos grupos armados.
Este líder, consciente del impacto que la violencia tenía sobre la movilidad y la economía, implementó un programa valiente y necesario: "Vive Colombia, viaja por ella". Bajo esta estrategia, se organizaron caravanas de transporte escoltadas por tropas del Ejército, que cubrían 41 rutas nacionales. Gracias a esta medida, se logró desmantelar las temidas pescas milagrosas y devolver la tranquilidad al transporte, especialmente al de carga.
Para quienes vivieron esa época, este programa representó un gran alivio y sigue siendo recordado con gratitud. En cambio, las generaciones más jóvenes, que desconocen esta etapa del país, suelen asumir que siempre ha sido posible transitar libremente por las carreteras de Colombia.
Al finalizar el año 2002, se convocó la reunión para conmemorar los 25 años de graduados del Colegio Provincial de Pamplona. Gracias al Padre Eterno, pude asistir y reencontrarme con compañeros a los que no veía desde entonces.
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Excepto Marco Aurelio Luna Maldonado, nadie me reconoció, y él aprovechó la ocasión para generar cierto suspenso en torno a aquel hombre robusto, de barba y gafas, que acababa de llegar al evento, y que para la mayoría era un completo desconocido.
Lo único en lo que coincidían todos era en que me parecía a Raúl Reyes, un guerrillero que, para la época, estaba en conversaciones con el gobierno para negociar su desmovilización, y cuya figura era ampliamente conocida en los medios de comunicación.
Muchos preguntaban a Marco Aurelio quién era yo, y él mantenía la intriga, respondiendo: "Es un compañero, ¿acaso no lo conocen? Esperen a la presentación, ya lo sabrán". Cuando llamaron a lista, uno a uno subimos a la tarima para presentarnos. Cuando llegó mi turno, alguien gritó: "¡Es el hijueputa del Campos!" Inmediatamente, otro miembro del grupo, recordando nuestra última reunión en la que habíamos hablado sobre nuestros planes de estudio, me preguntó: "¿Se le cumplieron los deseos que pidió a la mente subconsciente hace casi 32 años?" A lo que respondí de inmediato: "Claro que sí, al pie de la letra". Luego, les expliqué a qué me dedicaba y con quién compartía mi vida en ese momento. Sin embargo, no faltó quien no lo pudiera creer y me exigió pruebas de ello.
En ese momento, en el recinto se encontraba un alto ejecutivo de Baker Hughes, el ingeniero Torrealba, quien podría avalar con certeza todo lo que estaba diciendo. Al escuchar mi comentario, se levantó, visiblemente confundido, ya que no tenía ni la más mínima idea de a qué me refería.
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Le pregunté: "¿Cómo se llama la empresa que se encarga de despachar las herramientas desde Cartagena hasta Neiva?" Con un tono de sorpresa, respondió: "Se llaman Los Zorros, ¿por qué lo preguntas?"
Sin perder el ritmo, le expliqué: "Hace ya 21 años que trabajo con ellos, y soy el encargado de coordinar el despacho de mercancías desde Cartagena.
Los puertos trabajan las 24 horas, 7 días a la semana; por lo que yo determino a que horas entro a despachar la carga de nuestro cliente, por tanto, no tengo horarios. El dueño de la empresa reside en Bogotá, y aunque el contacto con él ha sido limitado, nos hemos encontrado en persona no más de cinco veces a lo largo de todos estos años. Sin embargo, mi labor ha sido sumamente satisfactoria: gestiono múltiples roles dentro de la compañía: desde gerente hasta despachador y embarcador, e incluso en ocasiones cumplo funciones de secretario. Gracias a la dinámica del trabajo, los conductores suelen dejarme propinas bastante generosas, lo que sin duda mejora mi día a día. Lo que más me satisface es que disfruto profundamente de lo que hago; mi trabajo se ha convertido en una pasión que no cambiaría por nada.
En ese preciso instante, uno de los presentes, curioso por conocer más detalles, interrumpió con una pregunta: Y, ¿la pareja también la encontró como la pidió? Sin dudar, respondí con una sonrisa: Efectivamente, la encontré exactamente como la había imaginado. Se llama Maureen Luz Ojeda, y el próximo año celebramos veinte años juntos. No tenemos hijos, y es la principal base de nuestra relación.
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Ella me da total libertad para hacer lo que considere mejor, siempre confiando en mí. Nunca ha sido una persona que se inmiscuyera en mis decisiones, algo que valoro profundamente. Y, por si alguien lo duda, sí, usa gafas desde los once años. Solo faltó que no sea zurda, condición que se cumplió con una compañera que el universo en el futuro me tenía reservada para cumplir esa condición.
En ese momento, decidí llamar a Maureen Luz, quien confirmó todo lo dicho anteriormente con su voz cálida y alegre, aportando más detalles sobre nuestra relación y los años que hemos compartido.
El reencuentro fue tan agradable que decidimos aprovechar los tres días que teníamos para compartir juntos. Disfrutamos de largas charlas y risas, rematando nuestra estadía con un delicioso e inolvidable asado, acompañado de una velada excepcional. Esa noche, después de la cena, nos dirigimos al Club del Comercio para bailar al son de Los Melódicos de Venezuela, cuya música, llena de sabor y ritmo, nos envolvió en un ambiente de pura alegría. Fue una experiencia única, que siempre recordaré con cariño.
El único inconveniente que surgió durante la reunión, y que se resolvió de inmediato, fue la insistencia de algunos compañeros en exponer lo que poseían: casas, fincas, carros, empresas, entre otras cosas. No pude evitar llamar la atención públicamente, recordando a los organizadores que se les había olvidado mencionar un detalle importante: que todos debíamos presentar nuestra declaración de renta. De haber sabido eso, habría decidido no asistir, pues siempre he tenido claro que jamás tendré ese documento entre mis pertenencias.
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A pesar de este pequeño incidente, logramos reunirnos 61 de los 100 compañeros de la promoción, una cifra considerable después de 25 años de distanciamiento. Algunos no pudieron asistir porque viven en el exterior, otros por las dificultades que implica desplazarse desde sus lugares de origen hasta Pamplona. Afortunadamente, hubo pocos casos en los que la vida no les ha sonreído.
También algunos se ausentaron por motivos de seguridad, y, lamentablemente, otros ya no están con nosotros, habiendo partido antes de tiempo. Ahora, solo nos queda esperar y ver cuántos de nosotros estaremos presentes en el cincuentenario de la promoción Ideal 77, como originalmente se llamó, será en el año 2027.
Mientras tanto, la mamá y la tía de Maureen Luz, que vivían en Barrancabermeja, decidieron vender sus propiedades y trasladarse a Barranquilla. En ese entonces, Maureen Luz viajó a Barranca para coordinar el trasteo y otros asuntos relacionados. Durante su paso por Bucaramanga, aprovechó la oportunidad para negociar un automóvil R9, que dejó en la casa de su tía en Barranca. Días más tarde, me tocó a mí viajar para traer el carro y, por supuesto, también a su mamá y su tía. Cuando ya teníamos todo listo para partir, tuvimos que aplazar la salida, por lo que me hospedé en el Hotel Anterza. Finalmente, partimos al día siguiente, alrededor de las dos de la tarde, y con el viaje, una vez más, el destino nos ofreció una nueva experiencia que guardaríamos en la memoria.
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