MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Desde ese momento, se hizo conocer como Luis Felipe Colegial Colmenares.
Mi abuelo Luis Felipe tenía un sinfín de historias que pocos pueden contar. Era el propietario de único camión de la zona, y además, tenía sociedad con un compadre muy querido, con quien también eran dueños de la única volqueta del pueblo. Sin embargo, un día el abuelo se dio cuenta de que su compadre había dejado de serle honesto. El compadre estaba robándole parte del producido del vehículo. Cuando llegó una tarde para dejar la volqueta en el patio, el abuelo, con una calma imperturbable, le propuso disolver la sociedad, sin mayor discusión. Le dijo:
—Compadre, no vamos a disgustarnos por algo que ya no tiene solución. Necesito que me compres mi parte o que yo te compre la tuya, porque esta sociedad llega a su fin hoy mismo.
El compadre, sabiendo que su trampa había sido descubierta, le respondió que no tenía dinero para comprar su parte y le pidió un precio desorbitante por la suya. Sin embargo, ante la intransigencia del compadre, el abuelo no se mostró ni un poco vacilante.
—Lo único que le garantizo —sentenció mi abuelo con firmeza—, es que, a partir de mañana, esta sociedad queda disuelta.
Así, con una determinación que reflejaba su carácter, el abuelo resolvió el asunto, dejando claro que la traición no tenía cabida en su vida.
Esa noche, el abuelo Luis Felipe procedió a quitar el cardán que conecta la transmisión con la caja de velocidades. Luego, con un equipo de acetileno, cortó el chasis por detrás de la cabina, dejando la volqueta dividida en dos partes.
11
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
De igual forma, procedió con la tarjeta de propiedad, cortándola en dos. A la mañana siguiente, cuando el compadre llegó para retirar el vehículo, se encontró con una sorpresa monumental: la volqueta estaba partida por la mitad. Así, le dio la oportunidad de escoger cuál de las dos partes quería quedarse, y el cardán, que estaba sobre la pieza cortada, lo obligaba a tomar una decisión. Con la tarjeta de propiedad también dividida, la sociedad quedó oficialmente disuelta.
Años más tarde, el hijo mayor de Luis Felipe lo trasladó a Bogotá para someterlo a una cirugía de próstata. La operación se llevó a cabo exitosamente en la Clínica Shaio.
Cuando el abuelo ya se sentía recuperado y el equipo médico no le daba de alta, un día durante la revisión, sentenció al médico:
—Mañana salgo de aquí, con su permiso o sin él.
Al día siguiente, Luis Felipe desapareció de la clínica, en pijama y pantuflas, sin dejar rastro alguno. Nadie supo cómo, pero apareció unas horas más tarde en Cúcuta, a bordo de un avión de TAO, la aerolínea que cubría esa ruta. En el aeropuerto de Cúcuta se encontró con otro de sus hijos, que viajaba a Bogotá. Este hijo, preocupado por su paradero, partía para colaborar con su búsqueda.
¿Cómo salió de la clínica? Nadie lo sabe. Tomó un taxi, abordó el avión sin documentos ni dinero, y logró llegar a su destino sin que nadie lo notara. Este hecho, al igual que muchos otros en su vida, se convirtió en un secreto más que se llevó a la tumba.
12
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Ocuparía gran parte de este escrito si continúo narrando historias del abuelo más querido, quien me inculcó varios conceptos básicos para la vida, como que a las mujeres ni con el pétalo de una rosa, asegurando que quien levanta la mano contra una mujer es un cobarde. Y efectivamente, así es, lo he comprobado varias veces. También me decía que los muy machos y valientes, aquellos que se creen intocables, terminan en la cárcel o en el cementerio, mientras los pendejos, como él nos llamaba, andamos por ahí. Siempre decía: "Es mejor que digan 'aquí corrió Carlos Campos' que no 'aquí cayó Carlos Campos'". Para él, la palabra empeñada era una escritura, un compromiso que debía cumplirse, aunque nos diera el agua al cuello, como decía.
Falleció el martes 30 de agosto de 1977, a pocos días de haber cumplido 82 años, dos días después de la muerte de mi abuela paterna, María Belén Gutiérrez León, de quien guardo un grato recuerdo. Con ella pasé momentos agradables, aunque no fueron tan inolvidables como los vividos con el abuelo Luis Felipe.
A propósito de la abuela, hay una anécdota que merece ser anotada. Doña Carmen tenía sus diferencias muy marcadas con la abuela, y un día, en medio de su ira contra ella, exclamó: "Cuando esa vieja se muera, me vestiré de rojo y compraré una docena de voladores para echarlos el día de su entierro". Pero mire cómo el destino nos coloca a veces en situaciones difíciles de jugar, con un plus, como llaman ahora. Cuando me preguntaban quién había fallecido en casa, porque que Doña Carmen estaba de riguroso luto, yo respondía, sin sonrojarme: "Mi abuela, la mamá de Don Pacho. Ella la quería mucho".
13
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Donde estén, mi sentido homenaje, con un infinito gracias por todo lo que aportaron a mi formación, y un Dios te pague y bendiga para siempre.
El año 1971 fue un año determinante en mi vida, y a partir de ahí comenzó el conteo de cincuenta años. En mi mente, ordené el programa de lo que serían las próximas cinco décadas de mi vida. Inicié el bachillerato en el Seminario Menor Santo Tomás de Aquino de Pamplona, estrenando instalaciones y, en casa, estrenando hermanos, ya que Doña Carmen acababa de dar a luz a mis hermanos menores, los mellizos José Eduardo y Sonia Mercedes.
Del rector del seminario menor, el Pbro. Carlos Eduardo Luna Gómez, aprendí siete enseñanzas básicas que seguramente me acompañarán hasta el día de mi deceso, y las comparto con ustedes:
1. Me enseñó que todo lo que se le pida a la mente subconsciente disciplinadamente y con fe sobrenatural, todos los días al conciliar el sueño y tan pronto como despertemos, sucederá. Porque la mente trabaja las 24 horas del día sin descanso y está a nuestro servicio, para bien o para mal, dependiendo de cómo la enfoquemos. Ella desconoce lo que nos conviene o no
2. También aprendí que la fe es fe, así de simple. Existen dos tipos de fe: la fe natural, que todo el mundo utiliza, y la fe sobrenatural, que todos tenemos, pero muy pocos utilizamos. Más adelante les explicaré la diferencia abismal entre una y otra.
14
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
3. Lo fundamental es saber distinguir entre creer en Dios y creerle a Dios. No hay ser sobre la tierra que no crea en un ser superior, aunque sea ateo, pero muy pocos le creemos a Dios.
4. Definitivamente, nuestras oraciones no se quedan en el aire; absolutamente todas son respondidas en estas cuatro variantes:
a. Con un "sí" radical y sucede el milagro. He tenido tres de estos "sí" en mi vida, los encontrarán más adelante. b. Con un "sí" condicionado: "Sí, pero todavía no"; y con dos "no" condicionados: c."No" porque no te conviene. d. "No" porque te tengo algo mejor. En ningún momento encontrarás un "no" radical.
5. La diferencia principal entre religión y espiritualismo: Religiones hay muchas, pero el espiritualismo es uno solo. Existen más de veinte diferencias muy bien marcadas, que les iré dando a conocer a medida que avancen en la lectura.
6. Siempre tener en cuenta la ley de oro: No le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti. Hazle a los demás lo que te gusta que te hagan a ti. Es la misma ley de causa y efecto, muy conocida en nuestros tiempos.
7. Otra enseñanza que recibí de este personaje: En la vida, es fundamental saber distinguir entre las cosas que puedo evitar y las que no. Ante las primeras, colocarle todo el empeño para hacerlas de la mejor manera; y ante las segundas, dejarlas pasar sin que nos cause ninguna preocupación. El ejemplo que solía utilizar era el siguiente: decía: "No podemos hacer nada porque los chulos o gallinazos vuelen por encima de nuestras cabezas, ello es inevitable; pero sí podemos evitar que una chula haga un nido en nuestra cabeza y empolle allí sus pichones."
15
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Como el mayor de ahora cinco hermanos, debía colaborar con el suministro de teteros y el planchado diario de montañas de pañales, que para entonces se confeccionaban con tela garza y se lavaban a diario. Por fortuna, esa labor correspondía a una vecina contratada para hacerlo, aunque no para plancharlos.
Mientras planchaba cada una de los cientos de piezas —pañales, fajeros, cobertores, mitones, gorros, escarpines y demás—, me hice uno de mis primeros propósitos en la vida: no procrearme; y si lo hacía, toda la crianza de los hijos debería correr por cuenta de sus madres. Y así fue: mi descendencia constó de tres hijos, cada uno con su propia madre, y con esas condiciones preestablecidas.
Durante ese año, decidí que debía tener una firma vitalicia con alguna característica que la distinguiera. Así fue como confeccioné mi firma de un solo trazo, que aún conservo. Además, empecé a usar un anillo cualquiera, que conseguí en una feria, y que años más tarde reemplacé por otro, que aún conservo. En esa misma mano, mi primer reloj de cuerda, marca "Lugran", fue un obsequio de mi mejor amigo, Humberto Rangel Fonseca, al terminar la primaria en el Liceo Pamplona. Esta amistad perduró hasta su fallecimiento el 8 de junio de 2010. Hasta el día de hoy, sigo usando un reloj vintage de esos años en mi muñeca derecha junto al anillo.
También comencé a diseñar un esquema mental de lo que sería mi proyecto de vida para los próximos cincuenta años.
16
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
En el momento en que el sacerdote Luna Gómez me aseguró que todo lo que construyera en mi mente subconsciente, esta lo haría realidad, tomé esa afirmación con mucha seriedad y, de inmediato, no solo diseñé lo que quería que fuera mi vida en el futuro, sino que además la atiborré de sueños y objetivos que, aunque para muchos resultaban absurdos, nunca los consideré imposibles.
De hecho, muchos de los que me conocían y sabían sobre mi proyecto, me calificaban de idealista o incluso extravagante, pero para mí esos "absurdos" eran simplemente grandes desafíos que estaba dispuesto a enfrentar.
Cómo podría asegurar que trabajaría en una empresa que me pagaría un excelente salario, sin jefes inmediatos, sin horarios establecidos y desempeñándome siempre en algo que no solo me gustara, sino que amara profundamente. Estaba convencido cuando uno se dedica a hacer lo que ama, el trabajo deja de ser una obligación o una carga, y se convierte en una fuente de felicidad. Además, al ser remunerado por algo que te apasiona, ese pago se convierte en un incentivo adicional que, lejos de ser una simple compensación económica, refuerza el gozo personal que se experimenta al realizarlo.
Para complementar la parte laboral, que quizás algunos consideren absurda, le agregué también las características de la persona con la que compartiría mi vida durante muchos años. Mi pareja ideal sería una mujer que no deseara tener hijos, que respetara mi espacio personal y mi libertad, sin celos y que, incluso, apoyara e incentivar mis ideas más locas. Hoy en día le llaman (una relación abierta) También imaginé que ella usaría gafas y sería zurda, dos características que, de alguna manera, ya había asociado con la imagen de la persona que me acompañaría.
17
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Como veremos más adelante, todos estos detalles, que en su momento parecían parte de un sueño irrealizable, se cumplieron, no solo de manera aproximada, sino en su totalidad, y fueron fundamentales para que este proyecto de vida cobrara forma y se hiciera realidad.
El paso por el seminario fue definitivo para mí. Fue allí donde logré superar mi extrema timidez hasta tal punto que, cuando comentaba que era tímido, mis amigos me corregían, diciéndome que más bien era "temido". Esta transformación fue resultado de las múltiples oportunidades que tuve para interactuar con diferentes personas y exponerme a situaciones que requerían confianza en mí mismo. Sin embargo, este cambio no ocurrió sin contratiempos. Contradije a mis superiores en varios conceptos religiosos que no terminaban de convencerme ni de aclarar la posición del ser humano en el universo a nivel espiritual. Mis cuestionamientos, aunque respetuosos, generaron tensiones. Fue a raíz de una de estas controversias que, después de haber cursado en el seminario Primero A, Primero B, Segundo, Tercero y Cuarto, en 1975 el plantel tomó la decisión de no admitirme para cursar Quinto.
Esa decisión marcó un antes y un después en mi vida académica y personal. Gracias a la intervención del capellán del Colegio San José Provincial, Rafael Lizcano García, quien además era mi profesor de Religión y paradójicamente el causante de mi no admisión en el seminario, pude continuar mis estudios. Fue en el Provincial donde terminé Quinto, Sexto A y Sexto B en 1978.
18
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
Aunque en ese momento no lo comprendí del todo, ese cambio de institución sería una bendición disfrazada, que ampliaría mi perspectiva del mundo y me permitiría enfrentar retos de una manera completamente diferente.
Mis años en el Provincial dejaron huellas imborrables en mi vida. Fue allí donde me enfrenté, por primera vez de manera directa, a la pobreza extrema. Mientras que en el seminario la mayoría de los estudiantes provenían de familias de estrato cinco y seis, salvo mi caso, en el Provincial era completamente opuesto: el 70% de los alumnos pertenecía a los estratos uno y dos. Esta realidad me impactó profundamente y me ayudó a desarrollar una sensibilidad especial hacia las desigualdades sociales, que con el tiempo moldearía mi carácter y mis ideales.
Durante mi estadía en el Provincial, tuve el honor, o quizás la notoriedad, de romper dos récords. El primero ocurrió en mi primera semana allí, cuando me convertí en el único estudiante en recibir la resolución No 001 de 1.976 por medio de la cual me condicionaban la matrícula, una condición que conservé durante los tres años de mi permanencia en aquel claustro. Esta condición especial, aunque aparentemente restrictiva, no limitó mis ganas de aprender ni mi espíritu inquieto. Al contrario, se convirtió en una suerte de distintivo personal que asumí con humor y determinación, como si fuera un símbolo de mi rebeldía controlada frente a las normas estrictas.
19
MIS ÚLTIMOS 50 AÑOS 1971 – 2021 CARLOS CAMPOS COLEGIAL
El segundo récord ocurrió un año más tarde, cuando, de manera insólita, fui el primer alumno de sexto de bachillerato en perder el año.
Pero no fue solo eso; este acontecimiento tuvo un giro sorprendente: logré obtener el puntaje más alto del ICFES en toda la institución, alcanzando 377 puntos sobre 400, mientras que el mejor estudiante del colegio apenas consiguió 308 puntos. Este contraste, tan peculiar como irónico, fue resultado de un sistema de calificación por bimestres y en porcentaje ascendente, combinado con un giro inesperado en el orden de los temas de física.
El profesor de física, ante el cambio de manera para calificarnos, por bimestres y cada bimestre tenía un porcentaje el primer 5% y así sucesivamente, en un intento por facilitarnos la calificación, decidió empezar el curso con electricidad y electromagnetismo, considerados los temas más complicados, dejando imágenes y espejos, más sencillos, para el final. Para el momento en que realicé el examen del ICFES, en septiembre, se suponía que debíamos dominar el tema de imágenes y espejos, aunque apenas habíamos rozado estos conceptos. Ante tal desafío, resolví las preguntas de física "al cara y sello", confiando más en el azar que en el conocimiento formal. Para mi sorpresa, los resultados fueron extraordinarios: solo el 3.3% de los bachilleres del país superaron mi desempeño en física. Esta situación, aunque anecdótica en apariencia, subraya el papel del ingenio y la improvisación cuando se carece de preparación convencional.
20