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La desaparición de nanomoney.com desencadenó una serie de colapsos en el sector, ya que muchas otras empresas dependían de su existencia para mantenerse a flote.
Incluso DMG, que solo pagaba el 100% de las ganancias cada seis meses, también sucumbió en junio de ese mismo año. Esta empresa, al igual que otras, captaba dinero y lo invertía en nanomoney.com, que les pagaba un 100% de ganancias cada tres meses. La caída de estas plataformas demostró lo frágil que era este tipo de modelo financiero.
Por mi parte, los 25 años que me habían sido otorgados aquella tarde en Bogotá, cuando decidí adentrarme en el mundo del espiritualismo, parecían cada vez más cercanos, y todo lo que me estaba sucediendo parecía confirmar esa presunción. Apenas nos habíamos recuperado de la adaptación a no recibir dinero el semanalmente sin hacer nada, cuando en abril un accidente con un camión que había despachado hacia Neiva se convirtió en un factor decisivo para que la empresa terminara el contrato con nosotros. El conductor, de manera arbitraria, cargó una carga adicional de cerámica sin nuestro conocimiento, lo que hizo que la aseguradora no se hiciera responsable del pago del siniestro. Afortunadamente, el incidente no fue de gran magnitud en cuanto a la mercancía de Baker, pero fue lo suficiente para que tomaran la decisión de finalizar el contrato.
Este acontecimiento fue el reflejo de un cambio inevitable, una transición que, a pesar de las dificultades, me llevó a reconsiderar mi camino y las decisiones que había tomado en el pasado. Las lecciones y reflexiones que surgieron a partir de este período de mi vida contribuyeron a una visión más profunda sobre los riesgos de los sistemas financieros y la importancia de las elecciones personales en el trayecto hacia el crecimiento y la evolución.
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Sin los ingresos generados por las inversiones y, además, sin la entrada económica principal, la situación financiera se estaba tornando cada vez más difícil. Fue entonces cuando, con los recursos limitados, tuve que recurrir a los remanentes que aún quedaban. Ante la cancelación del contrato con Baker, Don Mario me sugirió que me encargara de la administración de varios vehículos de alquiler en Puerto Boyacá, una zona en la que, de vez en cuando, salían viajes para camiones y tractomulas. Al consultar con Maureen Luz, tanto ella como yo nos mostramos poco entusiastas ante la propuesta. En ese momento, recordé que aún tenía la franquicia de amarillasinternet.com y comencé a participar en las reuniones virtuales diarias que la empresa organizaba, con el objetivo de enseñar a los miembros a manejar los anuncios y las páginas web, mientras consolidában la presencia de la marca en el país.
Fue en este entorno virtual donde conocí al señor Jaime Ortega, un profesional con una gran experiencia en ventas. Decidí contactarlo, y tras una reunión, decidimos asociarnos. Al poco tiempo, arrendamos un local en el centro comercial Getsemaní y contratamos a una pariente de la señora ajena para que nos ayudara a agendar citas con posibles clientes. Esta estrategia resultó ser un éxito rotundo.
La franquicia de amarillasinternet.com funcionaba de la siguiente manera: los códigos premium para la elaboración de páginas web costaban 45,000 pesos y se vendían a 450,000 pesos. Por otro lado, los códigos para anuncios simples costaban 4,500 pesos y se vendían a 45,000 pesos.
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Mis clientes preferidos eran los hoteles, las casas de eventos y los restaurantes, entre otros. Generalmente, conseguía al menos una venta diaria, y por la noche, me dedicaba a armar el anuncio o la página web, que entregaba a primera hora del día siguiente.
Las franquicias que adquirimos inicialmente, en una promoción especial, pronto se agotaron. Sin embargo, la mayoría de aquellos que las compraron no las utilizaron, pues se inclinaron por hacer negocios de multinivel, una parte del negocio que nunca me agradó del todo. Aprovechando esta situación, decidí adquirir a un precio muy bajo los códigos de aquellos que se habían dedicado al multinivel y no les habían dado uso, lo que me permitió continuar operando con mayores márgenes de ganancia.
Este fue un periodo de adaptación, pero con esfuerzo y enfoque, logré dar pasos firmes en una nueva dirección, descubriendo oportunidades en medio de la incertidumbre. La nueva situación económica me llevó a encontrar alternativas que, a pesar de los altibajos, lograron mantenerme a flote, brindándome un respiro mientras exploraba nuevos caminos en el mundo de los negocios.
Por fortuna, me adapté rápidamente a este nuevo trabajo. Lo más importante fue que, desde el principio, me sentí muy cómodo en él. A medida que avanzaba, aprendí de forma empírica, apoyándome en tutoriales de YouTube y, por supuesto, en la ayuda constante de los seres superiores que siempre han estado atentos a mi progreso. Los sitios web estaban diseñados con formatos predeterminados que no admitían modificaciones.
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Sin embargo, una madrugada, mientras meditaba, algo me impulsó a encender el PC y comenzar a realizar una serie de operaciones que anotaba, sin saber exactamente de qué se trataba. El resultado fue un cambio total en los diseños originales, lo que generó una gran sorpresa entre los directivos de AmarillasInternet.com
Inmediatamente, comenzaron a preguntarme cómo había logrado hacer esas modificaciones. No podía contarles la verdad, ya que temía que no me creyeran o, peor aún, me consideraran un loco. Así que, para mantener las cosas en orden, les proporcioné los códigos HTML necesarios para lograr los cambios que había realizado. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue, cuanto menos, misterioso. Cada vez que intentaba editar nuevamente el sitio, los cambios que había realizado en el formato desaparecían por completo. Era como si todo volviera a su estado original, y una vez más debía incorporar el código especial que había utilizado esa madrugada.
Lo más extraño de todo era que, pese a mis esfuerzos por explicar lo sucedido, nunca nadie logró encontrar una explicación lógica o técnica que pudiera aclarar el fenómeno. Aquello se convirtió en un enigma, una situación que, aunque se mantenía en el ámbito profesional, llevaba consigo una sensación de misterio inexplicable que nadie pudo resolver. Para mí, esa experiencia marcó un punto de inflexión, mostrándome que, a veces, hay fuerzas más allá de nuestra comprensión que intervienen en los momentos más insospechados. Durante el tiempo que estuve vendiendo publicidad, me encontré con dos casos muy curiosos que, de alguna manera, marcaron mi experiencia en el negocio.
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El primero ocurrió un día cuando visité una empresa de bordados. Al llegar a la dirección indicada, me encontré frente a una casa vieja, de aspecto descuidado y en aparente estado de abandono. A pesar de las circunstancias, toqué el timbre con la certeza de que no recibiría respuesta. Para mi sorpresa, la puerta se abrió y, al identificarme, un joven me invitó a seguirle. Atravesamos la antigua casa, y lo que vi a continuación era casi increíble. En lugar de la precaria vivienda que había imaginado, me encontré con una construcción moderna y espaciosa, donde cientos de máquinas bordadoras estaban en pleno funcionamiento, elaborando marquillas para uniformes de empresas. Todas las máquinas estaban conectadas a un computador, y el propietario, con la colaboración de tres ayudantes, las operaba desde allí. Esperé mientras se desocupaba un poco, y al mostrarle el sitio web y sus ventajas, aceptó la propuesta de inmediato. Me permitió tomar algunas fotos, y al día siguiente el sitio web ya estaba funcionando en Internet.
El segundo caso ocurrió en una población muy pequeña, cerca de Cartagena. Al llegar a la dirección indicada, me encontré con un pequeño almacén de aspecto poco atractivo. Fui recibido por una señora que me invitó a seguir al fondo, donde en una habitación diminuta se encontraba una señora mayor. Inicialmente pensé que estaba siendo objeto de una broma, pero pronto me di cuenta de que era una situación real. Después de exponerle las características de los anuncios básicos, me preguntó si le dejaba los anuncios a un precio especial si compraba más de cien. Le respondí tranquilamente que los dejaba a cuarenta mil pesos cada uno.
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Para mi sorpresa, sacó una calculadora, hizo un par de operaciones y, con una sonrisa, me respondió que serían anuncios para 135 almacenes. "Si me los deja en cinco millones, bien pueda tomar los datos para hacerlos", agregó. Quedé impresionado por la confianza y rapidez con la que tomó la decisión, y esa experiencia se quedó grabada en mi memoria como uno de esos momentos peculiares del negocio.
Durante una semana estuve tomando los datos necesarios para crear los anuncios de publicidad. La sorpresa vino cuando descubrí que, desde ese pequeño almacén en esa localidad tan modesta, la señora manejaba negocios en Bogotá, Medellín, Cali, Pasto, Neiva, Pereira y en más de treinta ciudades intermedias. Cuando le presenté los 135 anuncios que había creado y estaban en primeros lugares en Google, me extendió un cheque del Banco Popular por la suma acordada, con la promesa de que, si los resultados eran positivos, renovaría el contrato el próximo año y añadiría más de cien nuevos anuncios, esta vez en pequeñas poblaciones.
Desde ese momento, me comprometí a dedicar al menos tres horas diarias al trabajo de posicionamiento de los anuncios en los buscadores, siempre con el acuerdo de mantener en absoluto secreto que todos esos negocios pertenecían a una sola persona, con un perfil tan discreto. Ella fue mi clienta preferida durante varios años mientras estuve dedicado al negocio de la publicidad. La última renovación que realicé para ella consistió en 250 anuncios y 32 sitios web.
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Es bien sabido que los paisas tienen una presencia predominante en el comercio de Cartagena y sus alrededores, extendiéndose hasta Sucre, Córdoba, y todas las poblaciones hasta Medellín, pasando por localidades como Caucasia, Tarazá, entre otras. De igual manera, los santandereanos dominan el comercio en Barranquilla, Santa Marta, parte de la Guajira, Cesar, y en varias poblaciones hasta Bucaramanga, pasando por lugares como Bosconia, Aguachica, San Alberto, entre otros.
Los paisas son conocidos por su espíritu de colaboración, especialmente cuando se trata de ayudar a sus paisanos y familiares. Tuve el privilegio de conocer un caso que ejemplifica perfectamente este valor. En el año 2000, un joven paisa recibió un apoyo crucial de parte de su primo, quien le giró el pasaje para que viajara y lo ayudara con un par de negocios que tenía en Cartagena. Este muchacho llegó con tan solo una muda de ropa en una bolsa plástica y comenzó su nueva vida en un modesto espacio, durmiendo sobre una colchoneta extendida en el piso de una tienda cuando cerraba, alrededor de la medianoche.
Lo interesante de su historia es cómo, en poco tiempo, logró hacerse socio de un negocio que otro familiar estaba emprendiendo, lo que le permitió comenzar a prosperar de manera exponencial. La historia de este joven es un reflejo de la tenacidad y el empuje de los paisas. Para cuando dejé Cartagena en 2014, este hombre ya había alcanzado un éxito notable: contaba con más de cien tiendas propias, lo que para muchos podría parecer un sueño inalcanzable. Pero, ¿cómo lo logró?
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La clave está en cómo operan las tiendas de barrio en estas regiones. En los pequeños comercios, los tenderos venden productos de manera fraccionada: medio plátano, media papa, un octavo de panela, 50 ml de aceite, 100 gramos de arroz, e incluso separan la clara, la yema y la cáscara del huevo para venderlas por separado. Esta estrategia, aunque pueda parecer curiosa, tiene una lógica comercial muy clara: si una libra de arroz cuesta 2000 pesos, al venderla en pequeñas cantidades, el precio de la misma libra puede subir a 4000 pesos o incluso más. Este método aumenta considerablemente las ganancias de los pequeños tenderos.
Además, los paisas tienen una ventaja competitiva frente a las grandes superficies. Una vez que han logrado una red de negocios suficiente, pueden comprar directamente al por mayor desde Medellín, donde los productos llegan a una bodega en las afueras de la ciudad. Desde allí, se distribuyen a los diferentes barrios, lo que les permite ofrecer precios más competitivos y, a su vez, aumentar aún más sus márgenes de ganancia. Otro de los factores que contribuyen a sus éxitos es el crédito que brindan a sus clientes, lo que les permite mantener un flujo constante de ventas y, en muchos casos, garantizar que los clientes regresen por más.
En julio de 2010, mientras leía algunos mensajes en mi correo electrónico, me encontré con un anuncio que prometía encontrar a un ser especial en mi vida. Decidí llenar el formulario, sin saber que, casi de inmediato, esa promesa se haría realidad. Un ser especial apareció en mi vida, y su nombre era Luz Marina Jiménez Gómez. Desde el primer momento en que nos conocimos, sentimos una química increíble, y nuestra comunicación nunca cesó hasta su partida de este planeta el 10 de noviembre de 2020.
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En octubre de ese mismo año, se celebró una convención nacional de amarillas internet en Bogotá, a la cual asistí. Fue allí donde conocí personalmente a Luz Marina, quien había viajado desde Manizales, su ciudad natal, para pasar unos días en casa de su hermana mayor. Luz Marina se desempeñaba como psicóloga y trabajaba bajo la modalidad de prestación de servicios en diversas fundaciones y organizaciones dedicadas a la protección de niños, jóvenes y adolescentes en su ciudad natal.
Junto con su sobrina, Luz Marina y su familia me esperaban en el aeropuerto, lo que hizo que me sintiera muy bien recibido. Nos acomodamos en un apartahotel en Chapinero, un lugar acogedor que se convirtió en nuestro refugio durante esos días en Bogotá. Fue allí donde me reencontré con Rubén Darío, un hermano de Humberto Rangel, con quien hacía más de 30 años que no tenía contacto. Pasamos el resto del día poniéndonos al día, como si el tiempo no hubiera pasado, y disfrutamos de una conversación cargada de recuerdos y anécdotas del pasado.
El sábado asistimos a la convención en el teatro del colegio Champagnat, un evento que estuvo lleno de aprendizaje, reflexión y momentos de convivencia. Fue una excelente oportunidad para conocer a nuevas personas, compartir ideas e intercambiar estrategias de publicación. El domingo, nos reunimos con algunos primos paternos y, por supuesto, con el único tío paterno vivo, quien con su sabiduría y cariño, nos ofreció una de las experiencias más entrañables. Recordé que hacía 50 años, fue él quien ayudó a destrabar la elección de mi nombre, aportando el almanaque bristol del momento, un detalle que siempre me había emocionado y tenido en cuenta.
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Estuvimos con ellos hasta entrada la noche y luego regresamos al hotel, para el lunes volar de nuevo a Cartagena y Manizales, respectivamente. Aunque fue un breve encuentro, dejó una sensación profunda de complicidad, marcada por la ausencia de prejuicios, envidias y malos entendidos, un halo de sinceridad y armonía que quedaría con nosotros para siempre.
En enero de 2011, participé nuevamente en el seminario Raeliano en su monasterio, y, al igual que en las ediciones anteriores, fue una experiencia espectacular. Durante esa gran semana, la constante fueron las experiencias nuevas y transformadoras, que se sucedían a un ritmo vertiginoso. Nadie quería que ese tiempo tan enriquecedor llegara a su fin. Sin embargo, lamentablemente, esta edición sería la última en Colombia, ya que para el 2012 el seminario se realizaría en Ecuador. Aunque muchos asistentes se trasladarían a Ecuador para continuar con los seminarios, para mí llegó el final de una etapa significativa. Estos seminarios me aportaron mucho, tanto en términos de conocimiento como de crecimiento personal, y jamás podré olvidar esas vivencias. Lo mismo puedo decir de sus dirigentes y seguidores, con quienes, aunque esporádicamente, aún mantenemos alguna comunicación, siempre cargada de respeto y admiración mutua.
Tras finalizar el seminario, en esta ocasión, y atendiendo la amable e ineludible invitación de Luz Marina para conocer Manizales y, de paso, a sus hijas, viajé a esta ciudad y permanecí allí durante una semana. Me hospedé en su apartamento en el Barrio Chipre, un lugar con una vista impresionante y un ambiente muy acogedor.
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Desde allí, cada día salíamos temprano para explorar y conocer nuevos lugares, algunos de los cuales nunca había imaginado visitar. Fue una experiencia maravillosa, llena de descubrimientos, tanto de la ciudad como de sus costumbres y tradiciones.
Durante mi estancia, tuve el placer de conocer a Doña Teresita, la madre de Luz Marina, quien me recibió con la calidez y amabilidad que solo ella sabía ofrecer. Siempre sentí una profunda gratitud por las atenciones que recibí, las cuales llegaron de la mano de su asistente de toda la vida, quien fue más que una simple empleada: era parte fundamental de su familia. La historia detrás de esta relación tan cercana era realmente conmovedora. Resulta que, cuando Luz Marina era pequeña, su nana, quien la cuidó con esmero, se convirtió también en madre y su hija cuando la nana falleció, la reemplazo como la empleada de confianza. Esta joven, que eventualmente se profesionalizó, siguió trabajando al servicio de las hijas de Luz Marina tras el fallecimiento de esta última en 2020, lo que consolida la profunda conexión y gratitud entre ambas familias, basada en años de confianza y cariño mutuo.
Durante el transcurso de 2011, comencé a dar forma a una idea que había estado rondando en mi mente desde hacía algún tiempo: pronto se cumpliría aquella prórroga que se me había concedido en mi iniciación espiritual en 1987. Este pensamiento, aunque presente, no dejaba de intrigarme, pues la idea de que ese ciclo estaba por concluir me llenaba de reflexión y anticipación. Gran parte de mi tiempo durante ese año lo dediqué al trabajo en publicidad en amarillas internet, donde los resultados fueron más que satisfactorios.
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Me sentía motivado y comprometido con el trabajo, pero también muy atento a los cambios drásticos que presagiaba, debido a la transición espiritual que se avecinaba.
Fue en ese contexto cuando acepté la propuesta de mi buen amigo Orlando López para trabajar en el supermercado Hogar Express, un establecimiento de su propiedad en el centro comercial La Plazuela. Mi horario era de las tres de la tarde hasta las 11 de la noche, lo que me permitió adaptarme a una nueva rutina que me mantenía ocupado y enfocado. A pesar de la carga de trabajo, sentía que todo formaba parte de un proceso, uno que me acercaba más a mi propósito de vida, mientras continuaba con las tareas cotidianas.
Este negocio se caracterizaba por ser uno de los más prósperos del sector, lo que atraía a una gran afluencia de público, especialmente en las horas pico. Sin embargo, también generaba ciertos problemas, pues algunos clientes aprovechaban la multitud para llevarse mercancías sin pagar. Un caso común ocurría con la cerveza en lata: la empacaban en costales o bolsas, y al llegar a la caja, para evitar retrasos, se cobraba lo que el cliente decía que llevaba. Era un sistema propenso al abuso.
Fue entonces cuando se me ocurrió una solución para controlar este tipo de situaciones. Decidí implementar un sistema de "venta por peso". Creé una tabla en la que, de acuerdo al peso de la bolsa, sabía cuántas latas de cerveza contenía. Así que cuando los clientes llegaban con sus bolsas o costales, ya no podían simplemente declarar la cantidad de cervezas que llevaban. En su lugar, les pedíamos que colocaran la bolsa en la báscula.
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En ese momento, el cliente se veía informado de cuántas cervezas realmente estaba llevando. Si la cantidad excedía lo declarado, se le indicaba que debía pagar por las cervezas adicionales o sacar algunas para ajustarse a lo que había manifestado. Este sistema resultó ser efectivo, pues eliminó la costumbre de llevar más de lo que se pagaba, y el proceso se volvió mucho más transparente y justo.
Sin embargo, el 14 de noviembre de 2012, a las 9 de la noche, ocurrió algo inesperado. Estaba trabajando cuando de repente sentí un dolor agudo en el pecho que me paralizó el brazo izquierdo. El miedo me invadió inmediatamente, y decidí salir para la clínica de la Madre Bernarda, que se encontraba relativamente cerca de mi lugar de trabajo. Afortunadamente, justo cuando llegué, un médico que salía de la clínica se detuvo al verme y, por una suerte de providencia, se interesó por mi estado de salud. Tras preguntarme qué sucedía, me acomodó rápidamente en una silla de ruedas y me ingresó directamente a urgencias, que en ese momento estaba completamente llena de pacientes. Allí me realizaron varios exámenes y, afortunadamente, lograron estabilizarme durante el resto de la noche.
Me realizaron otros estudios más detallados y, tras un análisis exhaustivo, llegaron a la conclusión, ya en la madrugada, de que debía someterme a una cirugía de corazón abierto. Además, sería necesario extraer una vena de las piernas para reemplazar un tramo que se encontraba bastante obstruido en el pecho. Al escuchar tan alarmante diagnóstico, tomé una decisión rotunda: suspender de manera unilateral los preparativos para el procedimiento que los médicos, con mucho profesionalismo y amabilidad, estaban llevando a cabo para mí.
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Afortunadamente, Maureen Luz se encontraba en Bogotá en ese momento, lo que significaba que mi decisión debía ser respetada al 100%. Tras firmar los documentos respectivos, en los que rechazaba el procedimiento propuesto, me dirigí a mi residencia por la mañana.
Ese día, al igual que el 6 de julio de 1996, me senté en reflexión y dirigí una plegaria al Todo Poderoso. En los siguientes términos: "Tú sabes que no voy a dejar que me intervengan, porque confío plenamente en ti, además se hace tu voluntad, no la mía. Si tengo algo que cumplir en este plano, resuelve este problema; si no, estoy preparado para regresar a casa. Gracias por escucharme. Que se haga tu voluntad, no la mía." Luego de esa oración, me retiré a descansar. Por la tarde, seguí con mi rutina diaria en el negocio, sin mayores complicaciones, aunque con la cantidad de medicamentos que debía tomar, ya que no podía suspenderlos bajo ningún concepto, pues de hacerlo, corría el riesgo de sufrir un episodio fatal.
Habían pasado siete meses desde que se cumplían los 25 años inicialmente acordados, y este evento formaba parte de esa iniciación espiritualista por la que debía atravesar, una experiencia que muchos no podrían imaginarse en su totalidad, y de la cual, incluso, ni yo podría prever los giros que tomaría. Fue solo el comienzo de muchos otros episodios que seguirían, algunos de los cuales resultaron ser tan extraordinarios que no podrían ser explicados en su totalidad.
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Finalizando el año, nos encontramos con un evento que, aunque estoy seguro de que a muchos les ha sucedido, muy pocos pueden relatar siquiera una parte de lo sucedido, por lo increíble, lo espectacular y lo sobrenatural que resultó ser ese momento.
El domingo 16 de diciembre de 2012, tras una larga y reparadora siesta, desperté sintiendo un aroma familiar, un aroma que me transportó instantáneamente a aquella tarde, hace más de 25 años, en la oficina donde tomé la decisión de iniciar mi camino en El espiritualismo. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba solo. Tres seres intermedios me acompañaban. Hoy sé que se trataba de estos seres, aunque en aquella época los llamaba simplemente "ángeles", sin comprender del todo su naturaleza. Más adelante, si es posible, compartiré con ustedes más detalles acerca de lo que representan.
Me dijeron que el motivo de su visita era retomar las acciones que había pospuesto hacía 25 años. Para ello, era necesario coordinar conmigo una serie de situaciones que se desarrollarían en los próximos días. El primer paso de este proceso comenzaría al día siguiente, con unos ejercicios que deberían realizarse en la habitación donde me encontraba. Me indicaron que a partir de las seis de la mañana debía estar listo para comenzar.
En ese momento, mi única preocupación fue que a esa hora Maureen Luz estaría profundamente dormida, ya que ella solía levantarse alrededor de las 10 de la mañana. Ante mi inquietud, uno de los seres, con una seguridad que rara vez he experimentado en mi vida, me dijo: "¿Por qué te preocupas? Todo está perfectamente calculado, de principio a fin.
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Solo debes obedecer y dejarte llevar. Jamás estarás en situaciones complicadas o incómodas cuando estemos a tu lado." Y, con esa tranquilizadora afirmación, desaparecieron de la misma manera en que habían llegado: de manera sutil e imperceptible.
La condición humana siempre nos ata a lo material, y nos hace girar alrededor de lo tangible, dejando de lado los infinitos campos sobrenaturales en los que estos seres se mueven con una facilidad asombrosa. No podía encontrar una explicación lógica para lo que estaba a punto de suceder, en la noche cuando Maureen Luz llegó, me saludó y me comentó: "A partir de mañana, debo salir a las cinco de la mañana, porque con la señora de Jaime Rivera compramos un restaurante en Los Cuatro Vientos, cerca de Muebles Jamar. Por tanto, te pido el favor de que a partir de mañana vayas a almorzar allí". No podía creerlo. Me parecía un sueño. A partir de ese momento, mi fe se fortaleció enormemente, hasta el punto de tener la plena certeza de que podría lograr cualquier cosa, por más descabellada que pareciera, solo con creer en la fuente y permitir que se hiciera Su voluntad, no la nuestra.
Esa noche dormí plácidamente. Realicé mi relajación diaria y, al despertar, esperé a que Maureen Luz saliera. Me preparé para un procedimiento totalmente desconocido para mí, pero con la plena expectativa y confianza en las experiencias que estaba a punto de vivir. A las seis de la mañana, el aroma especial e inconfundible me anunció que los seres estaban allí, y que en cualquier momento se harían visibles.
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Efectivamente, aparecieron y me preguntaron si aún me preocupaba que mi pareja durmiera hasta tarde, lo que nos impedía hacer nuestras inducciones durante esa semana, que se extendía de seis de la mañana a doce del mediodía.
Lo que sucedió, amigo lector, es algo que tú también puedes experimentar si lo deseas. Solo necesitas empezar una rutina diaria de relajación, preferiblemente en la madrugada. La mejor hora, para mí, es a las 3:40 de la mañana. Déjate llevar, y verás cómo las cosas comienzan a suceder sin esfuerzo, de manera tranquila y, a menudo, de la forma más inesperada, pero siempre segura y eficaz.
Es muy acertado traer a colación las diferencias entre religión y espiritualismo ya que ambas son dos caminos que, aunque comparten ciertos puntos de contacto, se desarrollan en trayectorias muy distintas. Aquí algunas reflexiones sobre esas diferencias:
* La religión es para quienes buscan ser guiados, para aquellos que necesitan que se les diga qué hacer y cómo vivir. El espiritualismo, en cambio, es para quienes están en busca de escuchar su voz interior, de aprender a confiar en su intuición y tomar decisiones desde su propio ser.
* La religión habla de pecado, culpa y castigo, creando un sentido de separación entre lo humano y lo divino. El espiritualismo no se enfoca en la culpa, sino en aprender de los errores, abrazando el proceso de crecimiento y evolución.
* La religión muchas veces no tolera preguntas, y las respuestas a las inquietudes se encuentran definidas de antemano. El espiritualismo, por el contrario, fomenta el cuestionamiento constante, la duda como herramienta de aprendizaje, y la exploración personal.
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* La religión sigue los preceptos de un libro sagrado que debe ser interpretado de una manera determinada. El espiritualismo, sin embargo, busca lo sagrado en todos los textos, en cada experiencia de la vida, y en todas las tradiciones.
* La religión puede convertirse en un culto, con normas y reglas estrictas. El espiritualismo es la meditación, la conexión personal y libre con lo divino, sin dogmas ni restricciones.
A lo largo de esa semana, los ejercicios se sucedieron en el horario establecido, siguiendo una rutina que no solo alimentaba el cuerpo, sino que también nutría el alma. El viernes 21 de diciembre de 2012, se puso en práctica lo aprendido y fue un día que quedó marcado en mi memoria de manera indeleble. Este día se convirtió en un referente, el punto de anclaje al que recurro siempre que la confusión se apodera de mi vida. Es uno de esos momentos que, por más que se repitan situaciones similares, nunca se vuelve a experimentar de la misma forma. La intensidad, la claridad y la conexión vivida en ese día hacen que sea insuperable.
Al dejar atrás el 2012, abrimos la puerta al año 2013, un año que resultó ser fundamental tanto en términos materiales como espirituales. Los cambios que se presentaron no solo fueron drásticos en el plano material, sino que también marcaron un antes y un después en mi evolución espiritual. Estos cambios, aunque algunos difíciles, fueron los que verdaderamente me transformaron, y me recordaron que lo que permanece y nos representa en el infinito es lo que hemos cultivado en lo profundo de nuestro ser.
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Comenzamos el año 2013 enfrentando una serie de desafíos, uno de los más impactantes fue la salud de Maureen Luz, quien sufrió varios episodios de infarto. Afortunadamente, logró superarlos gracias a la colocación de estent en sus arterias. Sin embargo, durante uno de esos procedimientos, su hermana, que vino desde Chile, le insistió con vehemencia que debía trasladarse a ese país para recibir un mejor tratamiento y estar cerca de ella y sus sobrinos. Ante esa sugerencia, Maureen Luz tomó la decisión de emigrar a mediados de mayo, un giro inesperado que me dejó completamente desorientado.
La noticia de su partida fue un golpe duro para mí, una sensación de vacío se apoderó de mi ser, y el mundo que conocía parecía venirse abajo. La relación que habíamos construido, llena de momentos compartidos, sueños y desafíos superados, estaba por terminar, y nada parecía ser igual. Sin embargo, en esos momentos de desesperación, las palabras del obispo gnóstico de 1990 resonaron en mi interior con fuerza. Recordé con claridad la profecía que había hecho sobre el fin de mi relación con la "chinita" de Barrancabermeja, una predicción que había sido certera en ese entonces. Pensé en el peso de sus palabras, y en cómo, aún en medio del dolor, había algo más grande, un plan divino que me guiaba, aunque no siempre pudiera entenderlo.
Sentía una mezcla de determinación y conflicto interno, pues aunque la situación me resultaba insostenible, no podía evitar implorar al Todopoderoso por una solución, una que me permitiera seguir en el camino espiritual que tanto valoraba. Y como siempre sucede, Dios actuó de la manera más inesperada y sorprendente, de una forma que nunca imaginé, como solo Él sabe hacerlo.
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Fue el jueves 20 de junio de 2013 cuando se presentó un giro inesperado. Estaba en mi lugar de trabajo, tomando unos aguardientes con Don Orlando, mi amigo, cuando una señora exuberante, que solía pasar por el negocio de camino a su casa, se acercó a nosotros. Se dirigió exclusivamente a Don Orlando, quien la conocía de vista, y le solicitó un crédito hasta el día siguiente, ya que se había quedado sin dinero en efectivo y el cajero cercano estaba lleno de personas haciendo fila. Con su habitual amabilidad, Don Orlando le respondió: "Claro, con mucho gusto, tome lo que necesite y luego le registra a Don Carlos, a quien se encargará de pagarle después".
En ese preciso instante, al mirarnos a los ojos, algo dentro de mí me dijo que aquella señora representaba el primer paso para superar la pérdida inminente y dolorosa que sentía. No era solo una transacción común, ni un simple favor. Había algo mucho más profundo en esa interacción, como si el universo hubiera conspirado para presentarme una señal, una oportunidad que me llevaría a enfrentar la situación de una manera distinta, con una perspectiva renovada.
Aquella señora, en su solicitud tan sencilla, se convirtió en el inicio de un proceso que, aunque aún no lo sabía en ese momento, marcaría un punto de inflexión en mi vida. Una vez más, la vida me recordaba que, a pesar de las pérdidas y los desafíos, siempre hay una nueva oportunidad esperando por nosotros, a veces en los momentos y las formas más insospechadas.
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La señora bonita, como la llamábamos cariñosamente entre los trabajadores del supermercado, trajo los artículos que había solicitado y, como siempre, los registré, empaqué y entregué con la cortesía que caracteriza al negocio. Después de los respectivos agradecimientos, ella salió del lugar, y en ese momento, mientras observaba su partida, le dije a Don Orlando: "No sé por qué, pero me parece que esta señora ha sido enviada por el cielo para ayudarme a superar la pérdida de Maureen Luz". Don Orlando, con su típico tono escéptico, me respondió: "Bájate de esa nube. Esa señora siempre ha vivido sola en su apartamento, nunca ha tenido personas cercanas a su círculo, y trabaja en una empresa de confecciones de Medellín. Ella la representa en la Costa Atlántica". Su respuesta, aunque lógica, no logró disuadirme; algo me decía que su presencia tenía un propósito más profundo, algo que no lograba entender del todo en ese momento.
Al día siguiente, alrededor de las cuatro de la tarde, la señora bonita apareció nuevamente en el negocio, y pagó la deuda que había dejado pendiente. Aproveché la ocasión para pedirle su número de teléfono celular, a lo que se negó rotundamente, explicando que no compartía su número con nadie, salvo que tuvieran negocios en curso. A pesar de su negativa, no me di por vencido. Como era mi costumbre, siempre le saludé amablemente como siempre, insistiendo de manera respetuosa en me facilitara su número. Finalmente, el martes 25, me miró fijamente y me preguntó: "Bueno, ¿para qué quieres mi número?".
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Mi respuesta fue sincera, aunque, quizás, algo inusual: "Para saludarte todas las mañanas y saber cómo amaneciste, y por la noche, antes de irme a casa, desearte una buena noche". Después de un breve silencio, ella accedió a proporcionarme su número, y desde entonces, todos los días, me aseguraba de llamarla alrededor de las ocho de la mañana y después de las diez de la noche, como una forma de conectar y, sobre todo, de sentir que, en medio de todo lo que estaba viviendo, había algo de nuevo, algo que podía aportar serenidad y esperanza a mis días.
Poco a poco, aquella señora, que al principio había sido solo una clienta más, comenzó a tener una presencia especial en mi vida. Cada conversación, cada llamada, parecía traer consigo una nueva perspectiva, una sensación de que las cosas no siempre eran lo que parecían, y que el destino tiene formas misteriosas de ponernos en el camino correcto, incluso a través de las personas más inesperadas. Lo que comenzó como un simple intercambio de favores y formalidades, empezó a transformar la dinámica de mis días, y poco a poco, la señora bonita fue tomando un lugar significativo en mi vida.
Después de quince días de constantes llamadas, finalmente, el jueves 11 de julio, cerca de las diez de la noche, recibí una llamada de ella. Me comentó que necesitaba le solicitara permiso a Don Orlando para salir media hora antes y me pidió que me acercara a su apartamento. Le respondí sin vacilar: "Allí estaré a esa hora, sin falta". La mayoría de las personas a mi alrededor no pensaban que esta visita sería algo positivo. Muchos profetizaban que solo era una excusa para alejarme de mi camino, para sacarme de mi rutina diaria por tanta insistencia en las llamadas.
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No obstante, mi optimismo y mi seguridad de que algo diferente estaba por suceder me empujaron a actuar de manera contraria a esos pensamientos negativos. Llamé a Maureen Luz, le conté lo que había sucedido y le comenté sobre la posibilidad de no llegar esa noche a casa. Ella, con su habitual diplomacia y apoyo, me deseó lo mejor. A Don Orlando le comenté, bromeando: "Mañana en la mañana pasaré por aquí recién bañado y con esta misma ropa". Él, con su característico humor, me respondió: "Siga yendo con ese manto a misa", y todos soltaron una carcajada.
A las diez y media de la noche del jueves 11 de julio de 2013, llegué al edificio y me anuncié en la portería. Ubicando la torre y tomando el ascensor, llegué al piso correspondiente y timbré en el apartamento. La puerta se abrió, y allí estaba la señora bonita, con una expresión seria pero educada. Me saludó y me invitó a seguirla. Ya en el comedor, me indicó que me sentara, y me preguntó qué quería tomar. Le respondí que lo que tuviera a la mano. Ella, con una sonrisa breve, me dijo que todo estaba disponible. Al final, decidí por una aromática de panela. Mientras me acomodaba en una de las sillas, la señora desapareció por un momento y regresó poco después con la bebida. En ese instante, le pregunté por la razón de la invitación, y me miró fijamente. Con total sinceridad, me dijo: "Te invité para hacerte una pregunta. Necesito que me la respondas mirándome a los ojos". Me levanté de la silla, la miré directamente a los ojos y le pedí que formulase la pregunta.
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Entonces, ella, sin rodeos, me dijo: "Estoy preocupada por tanta llamadera suya. ¿Qué es lo que realmente quiere de mí?"
Una gran energía se apoderó de todo mi ser y, como si lo estuviera leyendo de un guion escrito por el destino, le respondí sin titubear: "Todo lo quiero de ti: tu sentimiento, tu amor, tu ternura, tu cuerpo, tu sexo, tus caricias, tu bondad, tus besos, tu piel, tu manera de ser, tu risa, tu enojo, tu sueño, tu despertar, tu esperanza, tu consuelo, tu armonía, tu fuerza, tu alegría y tu tristeza. En fin, todo lo que concierne a tu ser." Una lágrima rodó sobre su mejilla, y de inmediato se refugió en mis brazos. Nos fundimos en un cálido y casi interminable beso que pareció durar una eternidad, hasta el punto de prolongarse hasta el amanecer del día siguiente. Lo que en ese momento había imaginado, pero que nadie me respaldaba, sucedió.
Al día siguiente, pasé por el negocio como siempre. Don Orlando, alrededor de las 8 de la mañana, al verme, me felicitó con una sonrisa de sorpresa. No podía creerlo. Continué mi camino y llegué a casa, donde le conté a Maureen Luz lo sucedido. Le pareció extraño, pero no lo dudó por mucho tiempo y comentó: "Ahora sí voy a organizar el viaje. No lo había hecho porque no te podía dejar por ahí, sin Dios ni ley, pero por lo que veo, la cosa puede estar por ese lado. Entonces, ya me puedo ir tranquila, sabiendo que quedas en muy buenas manos. Esperemos que así sea; solo Dios sabe con certeza lo que nos depara el futuro."
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Los días pasaron, y las visitas se volvieron cada vez más frecuentes. Varias veces en la semana me quedaba en su apartamento, siempre dentro de la mayor camaradería y respeto. La relación fue avanzando de una manera natural y sincera, hasta que el 17 de julio, ella tuvo que viajar a Medellín para atender el stand de la empresa en Colombiamoda. Me dejó las llaves del apartamento y me pidió que regara una pequeña planta que adornaba la sala. "Si quieres quedarte aquí mientras regreso, está todo bien", me dijo. La acompañé al aeropuerto, la despedí con un apasionado beso y regresé a la rutina de mi vida, aunque ahora con una sensación diferente, como si una nueva etapa estuviera comenzando.
Como el negocio quedaba muy cerca de su apartamento, efectivamente me quedé allí varios días, no solo porque la proximidad lo hacía conveniente, sino también como parte de un proceso emocional, un intento de irme acostumbrando a la definitiva ausencia de Maureen Luz, una pérdida que sigue siendo imposible de superar completamente. Ella fue un ser absolutamente entregado a la causa, sin importarle el qué dirán, lo que más me impactó de su amor era su voluntad de preservar la armonía entre nosotros, algo que mantenía firme con un amor tan profundo que la hacía una de las personas que más me hizo sentir verdaderamente amado en mi vida. Si bien es cierto que el amor más puro que existe es el que una madre profesa hacia su hijo, el amor de Maureen Luz se aproximaba a esa pureza inquebrantable. Fue un amor sin reservas, el tipo de amor que rara vez se experimenta, un amor genuino, sin expectativas de retorno. En la vida, pocos hemos experimentado un amor así, y mucho menos de una forma tan desinteresada.
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